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La Oración
Deidad. Por la oración entramos en la sala de audiencia del Altísimo
y debemos comparecer ante él con pavor sagrado. Los ángeles velan
sus rostros en su presencia. Los querubines y los esplendorosos y
santos serafines se acercan a su trono con reverencia solemne. ¡Cuán-
to más debemos nosotros, seres finitos y pecadores, presentarnos en
forma reverente delante del Señor, nuestro Creador!
Pero santificar el nombre del Señor significa mucho más que es-
to. Podemos manifestar, como los judíos contemporáneos de Cristo,
la mayor reverencia externa hacía Dios y, no obstante, profanar su
nombre continuamente. “El nombre de Jehová” es: “Fuerte, mise-
ricordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y
verdad... que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”.
Éxodo
34:5-7
. Se dijo de la iglesia de Cristo: “Se la llamará: Jehová, justicia
nuestra”.
Jeremías 33:16
. Este nombre se da a todo discípulo de
Cristo. Es la herencia del hijo de Dios. La familia se conoce por
el nombre del Padre. El profeta Jeremías, en tiempo de tribulación
y gran dolor oró: “Sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos
desampares”.
Jeremías 14:9
.
Este nombre es santificado por los ángeles del cielo y por los
habitantes de los mundos sin pecado. Cuando oramos “Santificado
sea tu nombre”, pedimos que lo sea en este mundo, en nosotros
mismos. Dios nos ha reconocido delante de hombres y ángeles como
sus hijos; pidámosle ayuda para no deshonrar el “buen nombre que
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fue invocado sobre” nosotros. Ver
Santiago 2:7
. Dios nos envía al
mundo como sus representantes. En todo acto de la vida, debemos
manifestar el nombre de Dios. Esta petición exige que poseamos
su carácter. No podemos santificar su nombre ni representarlo ante
el mundo, a menos que en nuestra vida y carácter representemos la
vida y el carácter de Dios. Esto podrá hacerse únicamente cuando
aceptemos la gracia y la justicia de Cristo.
“Venga tu reino”
.
Mateo 6:10
.
Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos cuida como hijos
suyos; es también el gran Rey del universo. Los intereses de su reino
son los nuestros; hemos de obrar para su progreso.
Los discípulos de Cristo esperaban el advenimiento inmediato
del reino de su gloria; pero al darles esta oración Jesús les enseñó
que el reino no había de establecerse entonces. Habían de orar por
su venida como un suceso todavía futuro. Pero esta petición era