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La fe y la oración
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hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de
su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores,
hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las
pondrán por obra”.
Ezequiel 33:30-32
.
Una cosa es tratar la Biblia como un libro de instrucción moral y
buena, y prestarle atención mientras esté de acuerdo con el espíritu de
la época y nuestro lugar en el mundo, pero otra cosa es considerarla
como lo que en realidad es: la Palabra del Dios viviente, la Palabra
que es nuestra vida, la Palabra que ha de amoldar nuestras acciones,
nuestros dichos y nuestros pensamientos. Concebir la Palabra de
Dios como algo menos que esto, es rechazarla. Y este rechazamiento
de parte de los que profesan creer en ella es una de las causas
principales del escepticismo y la incredulidad de los jóvenes.
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Se está apoderando del mundo un afán nunca visto. En las diver-
siones, en la acumulación de dinero, en la lucha por el poder, hasta
en la lucha por la existencia, hay una fuerza terrible que embarga el
cuerpo, la mente y el alma. En medio de esta precipitación enloque-
cedora, habla Dios. Nos invita a apartarnos y tener comunión con él.
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”.
Salmos 46:10
.
Muchos, aún en sus momentos de devoción, no reciben la bendi-
ción de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados.
Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y
se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero
no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el
divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo.
Estos obreros jamás podrán lograr el éxito supremo, hasta que
aprendan cuál es el secreto del poder. Tienen que dedicar tiempo a
pensar, orar, esperar que Dios renueve sus energías físicas, mentales
y espirituales. Necesitan la influencia elevadora de su Espíritu. Al
recibirla, serán vivificados con nueva vida. El cuerpo gastado y
el cerebro cansado recibirán refrigerio, y el corazón abrumado se
aliviará.
Nuestra necesidad no consiste en detenernos un momento en su
presencia, sino en tener relación personal con Cristo, sentarnos en su
compañía. Feliz será la condición de los niños de nuestros hogares
y los alumnos de nuestras escuelas cuando tanto los padres como
los maestros aprendan en sus propias vidas la preciosa experiencia
descrita en estas palabras del Cantar de los Cantares: