Página 129 - Primeros Escritos (1962)

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La esperanza de la iglesia
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“Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo,
así como él es puro.”.
1 Juan 3:3
. Pero es evidente que muchos de
los que se llaman adventistas se dedican más a adornar sus cuerpos
y a presentar un buen aspecto a los ojos del mundo que a aprender
de la Palabra de Dios cómo pueden ser aprobados por él.
¿Qué sucedería si el hermoso Jesús, nuestro dechado, apareciese
entre ellos y entre los que suelen profesar la religión, como apareció
en el primer advenimiento? Nació en un pesebre. Sigámosle durante
su vida y su ministerio. Fué varón de dolores, experimentado en
quebranto. Los que profesan ser cristianos se avergonzarían del
manso y humilde Salvador que llevó una sencilla túnica sin costura, y
no tenía donde reclinar la cabeza. Su vida inmaculada y abnegada los
condenaría; su santa solemnidad impondría una dolorosa restricción
a su liviandad y risas vanas. Su conversación sincera refrenaría las
charlas mundanales y codiciosas; su manera de declarar sin barniz la
verdad penetrante, manifestaría el carácter real de ellos, y desearían
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alejar tan pronto como fuese posible al manso Dechado, al amable
Jesús. Estarían entre los primeros que procurarían sorprenderle en
sus palabras, y levantarían el clamor: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”
Sigamos a Jesús mientras entra en Jerusalén cabalgando man-
samente, cuando “toda la multitud de los discípulos, gozándose,
comenzó a alabar a Dios a grandes voces . . . diciendo: ¡Bendito el
rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en
las alturas! Entonces algunos de. los fariseos de entre la multitud
le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. El, respondiendo, les
dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían.” Una gran
porción de aquellos que profesan esperar a Cristo exigirían tanto co-
mo lo exigieron los fariseos que los discípulos callasen, y levantarían
sin duda el clamor: “¡Fanatismo! ¡Mesmerismo! ¡Mesmerismo!” Y
los discípulos, que extendían sus ropas y palmas sobre el camino,
serían considerados como extravagantes y desenfrenados. Pero Dios
quiere tener un pueblo en la tierra que no sea tan frío ni muerto,
sino que pueda alabarle y glorificarle. Quiere recibir la gloria de
algunas personas, y si aquellos a quienes escogió, los que guardan
sus mandamientos, callan, las mismas piedras clamarán.
Jesús va a venir, pero no será, como en su primer advenimiento,
un niño en Belén; no como cabalgó al entrar en Jerusalén, cuando los
discípulos alabaron a Dios con fuerte voz y clamaron: “¡Hosanna!”,