Página 130 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
sino que vendrá en la gloria del Padre y con todo el séquito de
santos ángeles para escoltarlo en su traslado a la tierra. Todo el
cielo se vaciará de ángeles, mientras los santos lo estén esperando,
mirando hacia el cielo, como lo hicieron los galileos cuando ascendió
desde el Monte de las Olivas. Entonces únicamente los que sean
santos, los que hayan seguido plenamente al manso Dechado, se
sentirán arrobados de gozo y exclamarán al contemplarle: “He aquí,
éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y nos salvará.” Y serán
transformados “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
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trompeta,” aquella trompeta que despierta a los santos que duermen,
y los invita a salir de sus camas de polvo, revestidos de gloriosa
inmortalidad, y clamando: “¡Victoria! ¡Victoria sobre la muerte
y el sepulcro!” Los santos transformados son luego arrebatados
juntamente con los ángeles al encuentro del Señor en el aire, para
nunca más quedar separados del objeto de su amor.
Teniendo tal perspectiva delante de nosotros, tan gloriosa espe-
ranza, semejante redención que Cristo compró para nosotros con su
propia sangre, ¿callaremos? ¿No alabaremos a Dios con voz fuerte,
como lo hicieron los discípulos cuando Jesús cabalgó entrando en
Jerusalén? ¿No es nuestra perspectiva mucho más gloriosa que la de
ellos entonces? ¿Quién se atreve a prohibirnos que glorifiquemos a
Dios, aun con fuerte voz, cuando tenemos tal esperanza, henchida de
inmortalidad y de gloria? Hemos gustado las potestades del mundo
venidero, y las anhelamos en mayor medida. Todo mi ser clama por
el Dios viviente, y no quedaré satisfecha hasta que esté saciada de
toda su plenitud.
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