Página 146 - Primeros Escritos (1962)

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El don de Dios al hombre
Me fueron mostrados el gran amor y la condescendencia de Dios
al dar a su Hijo para que muriese a fin de que el hombre pudiese
hallar perdón y vivir. Se me mostró a Adán y Eva, que tuvieron el
privilegio de contemplar la belleza y hermosura del huerto de Edén
y a quienes se permitió comer de todos los árboles del huerto, salvo
uno. Pero la serpiente tentó a Eva, y ella tentó a su esposo, y ambos
comieron del árbol prohibido. Violaron el mandamiento de Dios, y
llegaron a ser pecadores. La noticia se difundió en el cielo, y calló
toda arpa. Los ángeles se entristecieron, y temieron que Adán y
Eva volvieran a extender la mano y comieran del árbol de la vida, y
llegasen a ser pecadores inmortales. Pero Dios dijo que expulsaría
del huerto a los transgresores, y mediante un querubín y una espada
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flamígera guardaría el acceso al árbol de la vida, a fin de que el
hombre no pudiese acercarse a él ni comer de su fruto que perpetúa
la inmortalidad.
El cielo se entristeció al saber que el hombre estaba perdido y
que el mundo creado por Dios iba a poblarse de mortales condenados
a la miseria, la enfermedad y la muerte, sin remisión para el ofensor.
Toda la raza de Adán debía morir. Vi entonces al amable Jesús y
contemplé una expresión de simpatía y tristeza en su semblante.
Luego lo vi acercarse a la deslumbradora luz que envolvía al Padre.
El ángel que me acompañaba dijo: “Está en íntimo coloquio con
el Padre.” La ansiedad de los ángeles era muy viva mientras Jesús
estaba conversando con su Padre. Tres veces quedó envuelto por la
esplendente luz que rodeaba al Padre, y la tercera vez salió de junto al
Padre, de modo que ya fué posible ver su persona. Su semblante era
tranquilo, exento de perplejidad y turbación, y resplandecía de amor
y benevolencia inefable. Dijo entonces a los ángeles que se había
hallado un medio para salvar al hombre perdido; que él había estado
intercediendo con su Padre, y había obtenido el permiso de dar su
vida como rescate de la raza humana y de tomar sobre sí la sentencia
de muerte a fin de que por su medio pudiese el hombre encontrar
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