Página 181 - Primeros Escritos (1962)

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La transfiguración
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desierto a ellos y a sus hijos. Dios oyó sus murmuraciones y mandó
a Moisés que hablase a la peña para que el pueblo tuviera agua.
Moisés golpeó la peña con ira y se atribuyó la gloria del éxito. Las
continuas veleidades y murmuraciones de los hijos de Israel habían
ocasionado a Moisés agudísimo pesar, y por un momento olvidó lo
mucho que el Señor los había soportado, y que sus murmuraciones
no iban contra él sino contra Dios. Pensó Moisés sólo en sí mismo
en aquella ocasión, al considerar cuán profundamente lo ofendían
los israelitas y la escasa gratitud que le mostraban a cambio del
intenso amor que por ellos sentía.
Era el designio de Dios colocar frecuentemente a su pueblo en
condiciones adversas, para librarlo de ellas por su poder, a fin de que
reconociese su amor y solicitud por ellos, y así fuesen inducidos a
servirle y honrarle. Pero en aquella ocasión Moisés no honró a Dios
ni engrandeció su nombre ante el pueblo, para que éste glorificase al
Señor, y por ello incurrió en el desagrado del Señor.
Cuando Moisés bajó del monte con las dos tablas de piedra y vió
a Israel adorando al becerro de oro, se airó grandemente y, arrojando
al suelo las tablas, hízolas pedazos. Vi que Moisés no pecó en esto;
se airó por Dios, celoso por su gloria. Pero pecó cuando, cediendo
a los impulsos naturales de su corazón, se arrogó la honra debida a
Dios, y por este pecado no le dejó Dios entrar en la tierra de Canaán.
Satanás había procurado acusar a Moisés ante los ángeles. Se
alegró del éxito que había obtenido al inducirlo a desagradar a Dios, y
dijo a los ángeles que vencería al Salvador del mundo cuando viniese
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a redimir al hombre. Debido a su transgresión, Moisés cayó bajo el
poder de Satanás, el dominio de la muerte. Si hubiese permanecido
firme, el Señor le habría dejado entrar en la tierra prometida, y le
habría trasladado luego al cielo sin que viese la muerte.
Moisés pasó por la muerte, pero Miguel bajó y le dió vida antes
que su cuerpo viese la corrupción. Satanás trató de retener ese
cuerpo, reclamándolo como suyo; pero Miguel resucitó a Moisés y lo
llevó al cielo. Satanás protestó acerbamente contra Dios, llamándolo
injusto por permitir que se le arrancase su presa; pero Cristo no
reprendió a su adversario, aunque era por la tentación de éste como el
siervo de Dios había caído. Le remitió a su Padre diciendo: “Jehová
te reprenda.”