Página 220 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
Después de su resurrección, Jesús apareció a sus discípulos, y a más
de quinientas personas de una vez, mientras que los resucitados con
él aparecieron a muchos, declarando que Jesús había resucitado.
Satanás había inducido a los judíos a rebelarse contra Dios ne-
gándose a recibir a su Hijo y manchando sus manos con su precio-
sísima sangre. A pesar de la categórica evidencia de que Jesús era
el Hijo de Dios, el Redentor del mundo, le habían dado muerte, y
no quisieron recibir evidencia alguna en su favor. Su única espe-
ranza y consuelo, como en el caso de Satanás después de su caída,
estribaba en procurar prevalecer contra el Hijo de Dios. Por lo tanto
persistieron en su rebelión persiguiendo a los discípulos de Cristo, y
dándoles muerte. Nada ofendía tanto a sus oídos como el nombre de
Jesús a quien habían crucificado; y estaban resueltos a no escuchar
evidencia alguna en su favor. Como cuando el Espíritu Santo declaró
por medio de Esteban la poderosa evidencia de que Jesús era el Hijo
de Dios, se tapaban los oídos para no quedar convencidos. Satanás
sujetaba fuertemente en sus garras a los homicidas de Jesús. Por
obras perversas se habían entregado a él como súbditos voluntarios,
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y por medio de ellos obraba él para perturbar y molestar a los cre-
yentes en Cristo. Obró por medio de los judíos para incitar a los
gentiles contra Jesús y contra los que le seguían. Pero Dios envió a
sus ángeles para fortalecer a los discípulos en su obra, a fin de que
pudiesen atestiguar las cosas que habían visto y oído, y al fin sellar
con firmeza su testimonio por su sangre.
Satanás se regocijaba de que los judíos estaban bien sujetos en
su trampa. Seguían practicando sus inútiles formalidades, sacrificios
y ritos. Cuando Jesús, pendiente de la cruz, exclamó:
“Consumado
es,”
el velo del templo se partió en dos de arriba abajo, para indicar
que Dios ya no atendería a los sacerdotes en el templo, ni aceptaría
sus sacrificios y ritos, y también para demostrar que el muro de
separación entre los judíos y los gentiles se había derribado. Jesús
se había ofrecido como sacrificio en favor de ambos grupos, y si se
habían de salvar, ambos debían creer en él como la única ofrenda
por el pecado, el Salvador del mundo.
Cuando el soldado atravesó con la lanza el costado de Jesús
mientras pendía de la cruz, salieron dos raudales distintos: uno de
sangre, y el otro de agua. La sangre era para lavar los pecados de