Página 249 - Primeros Escritos (1962)

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El mensaje del segundo ángel
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iglesias no fué permitido dar el mensaje, y gran número de fieles que
tenían el viviente testimonio abandonaron aquellas caídas iglesias.
El pregón de media noche efectuaba una potente obra. El mensaje
escudriñaba los corazones, e inducía a los creyentes a buscar por
sí mismos una vívida experiencia. Comprendían que no podían
apoyarse unos en otros.
Los santos esperaban anhelosamente a su Señor con ayunos, vi-
gilias y casi continuas oraciones. Aun algunos pecadores miraban la
fecha con terror; pero la gran mayoría manifestaba espíritu satánico
en su oposición al mensaje. Hacían burla y escarnio repitiendo por
todas partes: “Del día y la hora nadie sabe.” Angeles malignos los
movían a endurecer sus corazones y a rechazar todo rayo de luz
celeste, para sujetarlos en los lazos de Satanás. Muchos de los que
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afirmaban estar esperando a Cristo no tomaban parte en la obra del
mensaje. La gloria de Dios que habían presenciado, la humildad y
profunda devoción de los que esperaban, y el peso abrumador de las
pruebas, los movían a declarar que aceptaban la verdad; pero no se
habían convertido ni estaban apercibidos para la venida de su Señor.
Sentían los santos un espíritu de solemne y fervorosa oración.
Reinaba entre ellos una santa solemnidad. Los ángeles vigilaban
con profundísimo interés los efectos del mensaje y alentaban a quie-
nes lo recibían, apartándolos de las cosas terrenas para abastecerse
ampliamente en la fuente de salvación. Dios aceptaba entonces a
su pueblo. Jesús lo miraba complacido, porque reflejaba su imagen.
Habían hecho un completo sacrificio, una entera consagración, y es-
peraban ser transmutados en inmortalidad. Pero estaban destinados
a un nuevo y triste desengaño. Pasó el tiempo en que esperaban la
liberación. Se vieron aún en la tierra, y nunca les habían sido más
evidentes los efectos de la maldición. Habían puesto sus afectos en
el cielo y habían saboreado anticipadamente la inmortal liberación;
pero sus esperanzas no se habían realizado.
El miedo experimentado por muchos no se desvaneció en seguida
ni se atrevieron a proclamar su triunfo sobre los desengañados. Pero
al ver que no aparecía ninguna señal de la ira de Dios, se recobraron
del temor que habían sentido y comenzaron sus befas y burlas.
Nuevamente habían sido probados los hijos de Dios. El mundo se
burlaba de ellos y los vituperaba; pero los que habían creído sin
duda alguna que Jesús vendría antes de entonces a resucitar a los