Página 251 - Primeros Escritos (1962)

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El movimiento adventista ilustrado
Vi a cierto número de compañías que parecían unidas como en
haces por cuerdas. En esas compañías muchos estaban en tinieblas
totales; sus ojos se dirigían hacia abajo, hacia la tierra, y no parecía
haber relación entre ellos y Jesús. Pero dispersas entre esas diferentes
compañías había personas cuyos rostros parecían iluminados, y
cuyos ojos se elevaban hacia el cielo. De Jesús les eran comunicados
rayos de luz como rayos del sol. Un ángel me invitó a mirar con
cuidado, y vi a un ángel que velaba sobre cada uno de aquellos
que tenían un rayo de luz, mientras que malos ángeles rodeaban
a aquellos que estaban en tinieblas. Oí la voz de un ángel clamar:
“Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.”
Una gloriosa luz descansó entonces sobre esas compañías, para
iluminar a todos los que quisieran recibirla. Algunos de los que esta-
ban en tinieblas recibieron la luz y se regocijaron. Otros resistieron
la luz del cielo, diciendo que había sido enviada para extraviarlos. La
luz se alejó de ellos, y fueron dejados en tinieblas. Los que habían
recibido la luz de Jesús apreciaban gozosamente el aumento de la
preciosa luz que era derramada sobre ellos. Sus rostros resplande-
cían de santo gozo, mientras que su mirada se dirigía con intenso
interés hacia arriba, hacia Jesús, y sus voces se oían en armonía con
la voz del ángel: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su
juicio ha llegado.” Cuando elevaron este clamor, vi que aquellos que
estaban en tinieblas los empujaban con el costado y con el hombro.
Entonces muchos de los que apreciaban la luz sagrada, rompieron
las cuerdas que los encerraban y en forma destacada se separaron
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de aquellas compañías. Mientras estaban haciendo esto, hombres
que pertenecían a las diferentes compañías y eran reverenciados
por ellas, las cruzaban, algunos con palabras amables, y otros con
miradas airadas y ademanes amenazadores, y ataban las cuerdas que
se estaban debilitando. Esos hombres decían constantemente: “Dios
está con nosotros. Estamos en la luz. Tenemos la verdad.” Pregunté
quiénes eran, y se me dijo que eran ministros y hombres dirigentes
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