Página 252 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
que habían rechazado la luz ellos mismos, y no estaban dispuestos a
que otros la recibiesen.
Vi que los que apreciaban la luz miraban hacia arriba con anhelo,
esperando que Jesús viniese y los llevase consigo. Pronto una nube
pasó sobre ellos, y sus rostros denotaron tristeza. Pregunté cuál era
la causa de esa nube, y se me mostró que era el chasco sufrido por
ellos. Había pasado el tiempo en que ellos esperaban al Salvador, y
Jesús no había venido. A medida que el desaliento se asentaba sobre
los que aguardaban, los ministros y dirigentes a quienes yo había
notado antes, se regocijaban, y todos aquellos que habían rechazado
la luz daban grandes señales de triunfo, mientras que Satanás y sus
malos ángeles también se regocijaban.
Luego oí la voz de otro ángel decir: “¡Ha caído, ha caído Ba-
bilonia!” Una luz resplandeció sobre los abatidos, y con ardiente
deseo de ver su aparición, volvieron a fijar sus ojos en Jesús. Vi a
unos cuantos ángeles conversar con el que había clamado: “Ha caído
Babilonia,” y se le unieron para anunciar: “¡Aquí viene el esposo;
salid a recibirle!” Las voces musicales de aquellos ángeles parecían
llegar a todas partes. Una luz excesivamente brillante y gloriosa
resplandecía en derredor de aquellos que habían apreciado la luz
que les había sido comunicada. Sus rostros resplandecían con excel-
sa gloria, y exclamaban con los ángeles: “¡Aquí viene el esposo!”
Mientras elevaban armoniosamente el clamor entre las diferentes
compañías, los que rechazaban la luz los empujaban, y con miradas
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airadas los escarnecían y ridiculizaban. Pero los ángeles de Dios
agitaban las alas sobre los perseguidos, mientras que Satanás y sus
ángeles procuraban rodearlos con sus tinieblas para inducirlos a
rechazar la luz del cielo.
Luego oí una voz que decía a los que eran empujados y ridicu-
lizados: “Salid de en medio de ellos,... y no toquéis lo inmundo.”
En obediencia a esta voz, gran número de personas rompieron las
cuerdas que los ataban, y abandonando las compañías que estaban
en tinieblas, se incorporaron a los que ya habían obtenido su liber-
tad, y gozosamente unieron sus voces a las suyas. Oí en ferviente y
agonizante oración la voz de unos pocos que permanecían todavía
con las compañías sumidas en tinieblas. Los ministros y dirigentes
circulaban entre estas diferentes compañías, atando más firmemente
las cuerdas; pero seguía yo oyendo la voz de ferviente oración. En-