Página 253 - Primeros Escritos (1962)

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El movimiento adventista ilustrado
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tonces vi que aquellos que habían estado orando extendían la mano
en demanda de ayuda a la compañía unida y libre que se regocijaba
en Dios. La respuesta que dió, mientras miraba con fervor hacia el
cielo, y señalaba hacia arriba fué: “Salid de en medio de ellos, y
apartaos.” Vi personas que luchaban para obtener libertad, y al fin
rompieron las cuerdas que las ataban. Resistían los esfuerzos que se
hacían para atar las cuerdas con más firmeza y rehusaban escuchar
los asertos repetidos: “Dios está con nosotros.” “Tenemos la verdad
con nosotros.”
Continuamente había personas que abandonaban las compañías
sumidas en tinieblas y se unían a la compañía libre, que parecía estar
en un campo abierto elevado por sobre la tierra. Su mirada se dirigía
hacia arriba, y la gloria de Dios descansaba sobre sus miembros,
quienes gozosamente expresaban en alta voz sus alabanzas. Estaban
estrechamente unidos y parecían rodeados por la luz del cielo. En
derredor de esa compañía había quienes sentían la influencia de la
luz, pero que no estaban particularmente unidos con la compañía.
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Todos los que apreciaban la luz derramada sobre sí dirigían los ojos
hacia arriba con intenso interés, y Jesús los miraba con dulce apro-
bación. Ellos esperaban que él viniera y anhelaban su aparición. Ni
una sola de sus miradas se detenía en la tierra. Pero nuevamente una
nube se asentó sobre los que aguardaban, y los vi dirigir hacia abajo
sus ojos cansados. Pregunté cuál era la causa de ese cambio. Dijo
mi ángel acompañante: “Han quedado nuevamente chasqueados en
su expectación. Jesús no puede venir todavía a la tierra. Ellos tienen
que soportar mayores pruebas por él. Deben renunciar a tradiciones
y errores recibidos de los hombres y volverse por completo a Dios y
su Palabra. Deben ser purificados, emblanquecidos y probados. Los
que soporten esa amarga prueba obtendrán la victoria eterna.”
Jesús no vino a la tierra, como lo esperaba la compañía que le
aguardaba gozosa, para purificar el santuario, limpiando la tierra por
fuego. Vi que era correcto su cálculo de los períodos proféticos; el
tiempo profético había terminado en 1844, y Jesús entró en el lugar
santísimo para purificar el santuario al fin de los días. La equivoca-
ción de ellos consistió en no comprender lo que era el santuario ni la
naturaleza de su purificación. Cuando miré de nuevo a la compañía
que aguardaba chasqueada, parecía triste. Examinó cuidadosamente
las evidencias de su fe, siguió hasta su conclusión el cálculo de los