Página 279 - Primeros Escritos (1962)

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El zarandeo
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sublime. Habían tenido hambre y sed de la verdad, y ésta les era
más preciosa que la vida. Pregunté por la causa de tan profundo
cambio y un ángel me respondió: “Es la lluvia tardía; el refrigerio
de la presencia del Señor; el potente pregón del tercer ángel.”
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Aquellos escogidos tenían gran poder. Dijo el ángel: “Mirad.”
Vi a los impíos o incrédulos. Estaban todos en gran excitación. El
celo y la potencia del pueblo de Dios los había enfurecido. Por
doquiera dominaba la confusión. Vi que se tomaban medidas contra
la hueste que tenía la luz y el poder de Dios. Pero esta hueste, aunque
rodeada por densas tinieblas, se mantenía firme, aprobada de Dios y
confiada en él. Luego vi a sus filas perplejas; las oí clamar a Dios
con fervor. Ni de día ni de noche dejaban de orar: “¡Hágase, Señor,
tu voluntad! Si ha de servir para gloria de tu nombre, da a tu pueblo
el medio de escapar. Líbranos de los paganos que nos rodean. Nos
han sentenciado a muerte; pero tu brazo puede salvarnos.” Tales
son las palabras que puedo recordar. Todos parecían hondamente
convencidos de su insuficiencia y manifestaban completa sumisión a
la voluntad de Dios. Sin embargo, todos sin excepción, como Jacob,
oraban y luchaban fervorosamente por su liberación.
Poco después de haber comenzado estos humanos su anhelante
clamor, los ángeles, movidos a compasión, quisieron ir a librarlos;
pero un ángel de alta estatura, que mandaba a los otros, no lo con-
sintió, y dijo: “Todavía no está cumplida la voluntad de Dios. Han
de beber del cáliz. Han de ser bautizados con el bautismo.”
Pronto oí la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. Sobre-
vino un gran terremoto. Por doquiera se derrumbaban los edificios.
Entonces oí un triunfante grito de victoria, fuerte, armonioso y claro.
Miré a la hueste que poco antes estaba en tan angustiosa esclavitud y
vi que su cautividad había cesado. Los iluminaba una luz refulgente.
¡Cuán hermosos parecían entonces! Se había desvanecido toda hue-
lla de inquietud y fatiga, y cada rostro rebosaba salud y belleza. Sus
enemigos, los paganos que los rodeaban, cayeron como muertos,
porque no les era posible resistir la luz que iluminaba a los santos
redimidos. Esta luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta que
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se vió a Jesús en las nubes del cielo, y la fiel y probada hueste fué
transformada en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria
a gloria. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los santos, reves-
tidos de inmortalidad, exclamando: “¡Victoria sobre la muerte y el