Página 278 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
testimonio directo, sino que se levantarán contra él, y esto es lo que
causará un zarandeo en el pueblo de Dios.
Vi que el testimonio del Testigo fiel había sido escuchado tan
sólo a medias. El solemne testimonio del cual depende el destino de
la iglesia se tuvo en poca estima, cuando no se lo menospreció por
completo. Ese testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento.
Todos los que lo reciban sinceramente lo obedecerán y quedarán
purificados.
Dijo el ángel: “Escuchad.” Pronto oí una voz que resonaba dulce
y armoniosa como concertada sinfonía. Era incomparablemente más
melodiosa que cualquier música que yo hubiese oído hasta entonces,
y parecía henchida de misericordia, compasión y gozo santo y enal-
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tecedor. Conmovió todo mi ser. El ángel dijo: “Mirad.” Mi atención
se fijó entonces en la hueste que antes había visto y que estaba fuer-
temente sacudida. Vi a los que antes gemían y oraban con aflicción
de espíritu. Doble número de ángeles custodios los rodeaban, y una
armadura los cubría de pies a cabeza. Marchaban en perfecto orden
como una compañía de soldados. En su semblante expresaban el tre-
mendo conflicto que habían sobrellevado y la congojosa batalla que
acababan de reñir; pero los rostros antes arrugados por la angustia,
resplandecían ahora, iluminados por la gloriosa luz del cielo. Habían
logrado la victoria, y esto despertaba en ellos profunda gratitud y un
gozo santo y sagrado.
El número de esta hueste había disminuido. En el zarandeo,
algunos fueron dejados al lado del camino. Los descuidados e indi-
ferentes que no se unieron con quienes apreciaban la victoria y la
salvación lo bastante para perseverar en anhelarlas orando angustio-
samente por ellas, no las obtuvieron, y quedaron rezagados en las
tinieblas, y sus sitios fueron ocupados en seguida por otros, que se
unían a las filas de quienes habían aceptado la verdad. Los ángeles
malignos todavía se agrupaban en su derredor, pero ningún poder
tenían sobre ellos.
Oí que los revestidos de la armadura proclamaban poderosamen-
te la verdad, con fructuosos resultados. Muchas personas habían
estado ligadas; algunas esposas por sus consortes, y algunos hijos
por sus padres. Las personas sinceras, que hasta entonces habían
sido impedidas de oir la verdad, se adhirieron ardientemente a ella.
Desvanecióse todo temor a los parientes y sólo la verdad les parecía