Página 282 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
de la religión.” Me fué mostrado el orgullo de las iglesias nominales.
Dios no cabe en sus pensamientos; sus ánimos carnales se espacian
en sí mismos; adornan sus pobres cuerpos mortales, y luego se miran
con satisfacción y placer. Jesús y los ángeles los miran con enojo.
Dijo el ángel: “Sus pecados y su orgullo han subido hasta el cielo. Su
porción está preparada. La justicia y el juicio han dormitado largo
tiempo, pero pronto despertarán. La venganza es mía, yo pagaré,
dice el Señor.” Las terribles amenazas del tercer ángel van a ser
realizadas, y todos los impíos han de beber de la ira de Dios. Una
hueste innumerable de malos ángeles está dispersándose por toda la
tierra y llena las iglesias. Estos agentes de Satanás consideran con
regocijo las agrupaciones religiosas, porque el manto de la religión
cubre los mayores crímenes e iniquidades.
Todo el cielo contempla con indignación a los seres humanos,
obra de las manos de Dios, reducidos por sus semejantes a las ma-
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yores bajezas de la degradación y puestos al nivel de los brutos.
Personas que profesan seguir al amado Salvador, cuya compasión se
despertó siempre que viera la desgracia humana, participan activa-
mente en ese enorme y gravoso pecado: trafican con esclavos y con
las almas de los hombres. La agonía humana es trasladada de lugar
en lugar para ser comprada y vendida. Los ángeles han tomado nota
de todo esto; y está escrito en el libro. Las lágrimas de los piadosos
esclavos y esclavas, de padres, madres, hijos, hermanos y hermanas,
todo esto está registrado en el cielo. Dios refrenará su ira tan sólo un
poco más. Esa ira arde contra esta nación y especialmente contra las
organizaciones religiosas que han sancionado este terrible tráfico y
han participado ellas mismas en él. Tal injusticia, tal opresión, tales
sufrimientos, son considerados con cruel indiferencia por muchos
de los que profesan seguir al manso y humilde Jesús. Muchos de
ellos pueden infligir ellos mismos, con odiosa satisfacción, toda esta
indescriptible agonía; y sin embargo se atreven a adorar a Dios. Es
una burla sangrienta; Satanás se regocija por ella y echa oprobio
sobre Jesús y sus ángeles con motivo de tales inconsecuencias, y
dice con placer infernal: “¡Estos son los que siguen a Cristo!”
Estos profesos cristianos leen lo referente a los sufrimientos
de los mártires, y les corren lágrimas por las mejillas. Se admiran
de que los hombres pudiesen endurecerse al punto de practicar
tales crueldades para con sus semejantes. Sin embargo, los que