Página 60 - Primeros Escritos (1962)

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El sellamiento
Al principiar el santo sábado 5 de enero de 1849, nos dedicamos a
la oración con la familia del Hno. Belden en Rocky Hill, Connecticut,
y el Espíritu Santo descendió sobre nosotros. Fuí arrebatada en
visión al lugar santísimo, donde vi a Jesús intercediendo todavía por
Israel. En la parte inferior de su ropaje, llevaba una campanilla y una
granada. Entonces vi que Jesús no dejaría el lugar santísimo antes
que estuviesen decididos todos los casos, ya para salvación, ya para
destrucción, y que la ira de Dios no podía manifestarse mientras
Jesús no hubiese concluído su obra en el lugar santísimo y dejado
sus vestiduras sacerdotales, para revestirse de ropaje de venganza.
Entonces Jesús saldrá de entre el Padre y los hombres, y Dios ya
no callará, sino que derramará su ira sobre los que rechazaron su
verdad. Vi que la cólera de las naciones, la ira de Dios y el tiempo de
juzgar a los muertos, eran cosas separadas y distintas, que se seguían
una a otra. También vi que Miguel no se había levantado aún, y que
el tiempo de angustia, cual no lo hubo nunca, no había comenzado
todavía. Las naciones se están airando ahora, pero cuando nuestro
Sumo Sacerdote termine su obra en el santuario, se levantará, se
pondrá las vestiduras de venganza, y entonces se derramarán las
siete postreras plagas.
Vi que los cuatro ángeles iban a retener los vientos mientras
no estuviese hecha la obra de Jesús en el santuario, y que entonces
caerían las siete postreras plagas. Estas enfurecieron a los malvados
contra los justos, pues los primeros pensaron que habíamos atraído
los juicios de Dios sobre ellos, y que si podían raernos de la tierra
las plagas se detendrían. Se promulgó un decreto para matar a los
santos, lo cual los hizo clamar día y noche por su libramiento. Este
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fué el tiempo de la angustia de Jacob. Entonces todos los santos
clamaron en angustia de ánimo y fueron libertados por la voz de
Dios. Los 144.000 triunfaron. Sus rostros quedaron iluminados por
la gloria de Dios. Entonces se me mostró una hueste que aullaba de
agonía. Sobre sus vestiduras estaba escrito en grandes caracteres:
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