Página 64 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
tierra, y me respondió: “Hemos vivido en estricta obediencia a los
mandamientos de Dios, y no incurrimos en desobediencia como los
habitantes de la tierra.” Después vi dos árboles, uno de los cuales se
parecía mucho al árbol de vida de la ciudad. El fruto de ambos era
hermoso, pero no debían comer del uno de ellos. Hubieran podido
comer de los dos, pero les estaba vedado comer de uno. Entonces el
ángel que me acompañaba me dijo: “Nadie ha probado aquí la fruta
del árbol prohibido, y si de ella comieran, caerían.” Después me
transportaron a un mundo que tenía siete lunas; donde vi al anciano
Enoc, que había sido trasladado. Llevaba en su brazo derecho una
esplendente palma, en cada una de cuyas hojas se leía escrita la
palabra: “Victoria.” Ceñía sus sienes una brillante guirnalda blanca
con hojas, en el centro de cada una de las cuales se leía: “Pureza.”
Alrededor de la guirnalda había piedras preciosas de diversos colores
que resplandecían más vivamente que las estrellas y, reflejando su
fulgor en las letras, las magnificaban. En la parte posterior de la
cabeza llevaba un moño que sujetaba la guirnalda, y en él estaba
escrita la palabra: “Santidad.” Sobre la guirnalda ceñía Enoc una
corona más brillante que el sol. Le pregunté si aquel era el lugar
adonde lo habían transportado desde la tierra. El me respondió: “No
es éste. Mi morada es la ciudad, y he venido a visitar este sitio.”
Andaba por allí como si estuviese en casa. Supliqué a mi ángel
acompañante que me dejara permanecer allí. No podía sufrir el
pensamiento de volver a este tenebroso mundo. El ángel me dijo
entonces: “Debes volver, y si eres fiel, tendrás, con los 144.000, el
privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra de las manos de
Dios.”
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