Página 96 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
Debemos orar mucho en secreto. Cristo es la vid, y nosotros los
sarmientos. Y si queremos crecer y fructificar, debemos absorber
continuamente savia y nutrición de la viviente Vid, porque separados
de ella no tenemos fuerza.
Pregunté al ángel por qué no había más fe y poder en Israel. Me
respondió: “Soltáis demasiado pronto el brazo del Señor. Asediad el
trono con peticiones, y persistid en ellas con firme fe. Las promesas
son seguras. Creed que vais a recibir lo que pidáis y lo recibiréis.”
Se me presentó entonces el caso de Elías, quien estaba sujeto a las
mismas pasiones que nosotros y oraba fervorosamente. Su fe soportó
la prueba. Siete veces oró al Señor y por fin vió la nubecilla. Vi que
habíamos dudado de las promesas seguras y ofendido al Salvador
con nuestra falta de fe. El ángel dijo: “Cíñete la armadura, y, sobre
todo, toma el escudo de la fe que guardará tu corazón, tu misma vida,
de los dardos de fuego que lancen los malvados.” Si el enemigo logra
que los abatidos aparten sus ojos de Jesús, se miren a sí mismos
y fijen sus pensamientos en su indignidad en vez de fijarlos en los
méritos, el amor y la compasión de Jesús, los despojará del escudo
de la fe, logrará su objeto, y ellos quedarán expuestos a violentas
tentaciones. Por lo tanto, los débiles han de volver los ojos hacia
Jesús y creer en él. Entonces ejercitarán la fe.
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