Página 127 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La prueba de la fe
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se extendía más allá de su campamento. Por todo lugar estaban las
tiendas de su séquito para albergar centenares de siervos fieles. El
hijo de la promesa había llegado a la edad viril junto a su padre. El
cielo parecía haber coronado de bendiciones la vida de sacrificio y
paciencia frente a la esperanza aplazada.
Por obedecer con fe, Abraham había abandonado su país natal,
había dejado atrás las tumbas de sus antepasados y la patria de
su parentela. Había andado errante como peregrino por la tierra
que sería su heredad. Había esperado durante mucho tiempo el
nacimiento del heredero prometido. Por mandato de Dios, había
desterrado a su hijo Ismael. Y ahora que el hijo a quien había deseado
durante tanto tiempo entraba en la adultez, y el patriarca parecía
estar a punto de gozar de lo que había esperado, se hallaba frente a
una prueba mayor que todas las demás.
La orden fue expresada con palabras que debieron torturar an-
gustiosamente el corazón de aquel padre: “Toma ahora a tu hijo, tu
único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en
holocausto”.
Génesis 22:2
. Isaac era la luz de su casa, el solaz de su
vejez, y sobre todo era el heredero de la bendición prometida. La
pérdida de este hijo por un accidente o alguna enfermedad habría
partido el corazón del amante padre; hubiera doblado de pesar su
encanecida cabeza; pero he aquí que se le ordenaba que con su pro-
pia mano derramara la sangre de ese hijo. Le parecía que se trataba
de una espantosa imposibilidad.
Satanás estaba listo para sugerirle que se engañaba, pues la
ley divina mandaba: “No matarás”, y Dios no habría de exigir lo
que una vez había prohibido. Abraham salió de su tienda y miró
hacia el sereno resplandor del firmamento despejado, y recordó la
promesa que se le había hecho casi cincuenta años antes, a saber,
que su simiente sería innumerable como las estrellas. Si se había
de cumplir esta promesa por medio de Isaac, ¿cómo podía matarlo?
Abraham estuvo tentado a creer que se engañaba. Dominado por la
duda y la angustia, se arrodilló y oró como nunca lo había hecho
antes, para pedir que se le confirmara si debía llevar a cabo o no
esta terrible orden. Recordó a los ángeles que fueron enviados para
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revelarle el propósito de Dios sobre la destrucción de Sodoma, y
que le prometieron este mismo hijo Isaac. Vino al sitio donde varias
veces se había encontrado con los mensajeros celestiales, esperando