Página 129 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La prueba de la fe
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hacia el norte, vio la señal prometida, una nube de gloria, que cubría
el monte Moria, y comprendió que la voz que le había hablado
procedía del cielo.
Ni aun entonces murmuró Abraham contra Dios, sino que for-
taleció su alma espaciándose en las evidencias de la bondad y la
fidelidad de Dios. Se le había dado este hijo inesperadamente; y el
que le había dado este precioso regalo ¿no tenía derecho a reclamar
lo que era suyo? Entonces su fe le repitió la promesa: “En Isaac te
será llamada descendencia” (
Génesis 21:12
), una descendencia in-
contable, numerosa como la arena de las playas del mar. Isaac era el
hijo de un milagro, y ¿no podía devolverle la vida el poder que se la
había dado? Mirando más allá de lo visible, Abraham comprendió la
divina palabra, “porque pensaba que Dios es poderoso para levantar
aun de entre los muertos”.
Hebreos 11:19
.
No obstante, únicamente Dios pudo comprender la grandeza del
sacrificio de aquel padre al acceder a que su hijo muriese; Abraham
deseó que nadie sino Dios presenciara la escena de la despedida.
Ordenó a sus siervos que permanecieran atrás, diciéndoles: “Yo y el
muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros”.
Isaac, que iba a ser sacrificado, cargó con la leña; el padre llevó el
cuchillo y el fuego, y juntos ascendieron a la cima del monte. El
joven iba silencioso, deseando saber de dónde vendría la víctima, ya
que los rebaños y los ganados habían quedado muy lejos. Finalmente
dijo: “Padre mío [...] tenemos el fuego y la leña, más ¿dónde está
el cordero para el holocausto?” ¡Oh, qué prueba tan terrible era
esta! ¡Cómo hirieron el corazón de Abraham esas dulces palabras:
“Padre mío!” No, todavía no podía decirle, así que le contestó: “Dios
proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”.
Génesis 22:5-8
.
En el sitio indicado construyeron el altar, y pusieron sobre él
la leña. Entonces, con voz temblorosa, Abraham reveló a su hijo
el mensaje divino. Con terror y asombro Isaac se enteró de su des-
tino; pero no ofreció resistencia. Habría podido escapar a esta suerte
si lo hubiera querido; el anciano, agobiado de dolor, cansado por
la lucha de aquellos tres días terribles, no habría podido oponerse
a la voluntad del joven vigoroso. Pero desde la niñez se le había
enseñado a Isaac a obedecer pronta y confiadamente, y cuando el
propósito de Dios le fue manifestado, lo aceptó con sumisión vo-
luntaria. Participaba de la fe de Abraham, y consideraba como un