Página 130 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
honor el ser llamado a dar su vida en holocausto a Dios. Con ternura
trató de aliviar el dolor de su padre, y animó sus debilitadas manos
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para que ataran las cuerdas que lo sujetarían al altar. Por fin se dicen
las últimas palabras de amor, derraman las últimas lágrimas, y se
dan el último abrazo. El padre levanta el cuchillo para dar muerte
a su hijo, y de repente su brazo es detenido. Un ángel del Señor
llama al patriarca desde el cielo: “Abraham, Abraham”. Él contesta
en seguida: “Aquí estoy”. De nuevo se oye la voz: “No extiendas
tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes
a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo”.
Vers.
11, 12
. Entonces Abraham vio “un carnero a sus espaldas trabado
en un zarzal”, y en seguida trajo la nueva víctima y la ofreció “en
lugar de su hijo”. Lleno de felicidad y gratitud, Abraham dio un
nuevo nombre a aquel lugar sagrado y lo llamó “Jehová Yireh”, o
sea, “Jehová proveerá”.
Vers. 13, 14
.
En el monte Moria Dios renovó su pacto con Abraham y confir-
mó con un solemne juramento la bendición que le había prometido
a él y a su descendencia por todas las generaciones futuras. “Por
mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y
no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo, de cierto te bendeciré
y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como
la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se adueñará
de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas
las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”.
Génesis
22:16-18
.
El gran acto de fe de Abraham descuella como un fanal de
luz, que ilumina el sendero de los siervos de Dios en las edades
subsiguientes. Abraham no buscó excusas para no hacer la voluntad
de Dios. Durante aquel viaje de tres días tuvo tiempo suficiente para
razonar, y para dudar de Dios si hubiera estado inclinado a hacerlo.
Pudo pensar que si mataba a su hijo, se le consideraría asesino, como
un segundo Caín, lo cual haría que sus enseñanzas fueran desechadas
y menospreciadas, y de esa manera se destruiría su facultad de
beneficiar a sus semejantes. Pudo alegar que la edad lo eximía de
obedecer. Pero el patriarca no recurrió a ninguna de estas excusas.
Abraham era humano, y sus pasiones y sus inclinaciones eran como
las nuestras; pero no se detuvo a inquirir cómo se cumpliría la
promesa si Isaac moría. No se detuvo a discutir con su dolorido