Página 132 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
otra prueba podría haber causado a Abraham tanta angustia como la
que le causó el ofrecer a su hijo.
Dios entregó a su Hijo para que muriera en la agonía y la ver-
güenza. A los ángeles que presenciaron la humillación y la angustia
del Hijo de Dios, no se les permitió intervenir como en el caso de
Isaac. No hubo voz que clamara: “¡Basta!” El Rey de la gloria en-
tregó su vida para salvar a la raza caída. ¿Qué mayor prueba se
puede dar del infinito amor y de la compasión de Dios? “El que no
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escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
Romanos 8:32
.
El sacrificio exigido a Abraham no fue solamente para su propio
bien ni tampoco exclusivamente para el beneficio de las futuras
generaciones; sino también para instruir a los seres sin pecado del
cielo y de otros mundos. El campo de batalla entre Cristo y Satanás,
el terreno en el cual se desarrolla el plan de la redención, es el libro
de texto del universo. Por haber demostrado Abraham falta de fe en
las promesas de Dios, Satanás lo había acusado ante los ángeles y
ante Dios de no ser digno de sus bendiciones. Dios deseaba probar
la lealtad de su siervo ante todo el cielo, para demostrar que no se
puede aceptar algo inferior a la obediencia perfecta y para revelar
más plenamente el plan de la salvación.
Los seres celestiales fueron testigos de la escena en que se pro-
baron la fe de Abraham y la sumisión de Isaac. La prueba fue mucho
más severa que la impuesta a Adán. La obediencia a la prohibición
hecha a nuestros primeros padres no entrañaba ningún sufrimiento;
pero la orden dada a Abraham exigía el más atroz sacrificio. Todo
el cielo presenció, absorto y maravillado, la intachable obediencia
de Abraham. Todo el cielo aplaudió su fidelidad. Se demostró que
las acusaciones de Satanás eran falsas. Dios declaró a su siervo:
“Ya sé que temes a Dios [a pesar de las denuncias de Satanás], por
cuanto no me has rehusado a tu hijo, tu único”. El pacto de Dios,
confirmado a Abraham mediante un juramento ante los seres de los
otros mundos, atestiguó que la obediencia será premiada.
Había sido difícil aun para los ángeles comprender el misterio
de la redención, entender que el Soberano del cielo, el Hijo de Dios,
debía morir por el hombre culpable. Cuando a Abraham se le mandó
a ofrecer a su hijo en sacrificio, se despertó el interés de todos los
seres celestiales. Con intenso fervor, observaron cada paso dado