Página 135 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La destrucción de Sodoma
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para destruir a los imprudentes cuya ociosidad le da ocasión de
acercarse a ellos bajo cualquier disfraz atractivo. Nunca tiene más
éxito que cuando se aproxima a los hombres en sus horas ociosas.
Reinaban en Sodoma el alboroto y el júbilo, los festines y las
borracheras. Las más viles y más brutales pasiones imperaban de-
senfrenadas. Los habitantes desafiaban públicamente a Dios y a su
ley, y encontraban deleite en los actos de violencia. Aunque tenían
delante de ellos el ejemplo del mundo antediluviano, y sabían cómo
se había manifestado la ira de Dios en su destrucción, sin embargo,
seguían la misma conducta impía. Cuando Lot se trasladó a Sodoma,
la corrupción no se había generalizado, y Dios en su misericordia
permitió que brillaran rayos de luz en medio de las tinieblas morales.
Cuando Abraham libró a los cautivos de los elamitas, la atención del
pueblo fue atraída a la verdadera fe. Abraham no era desconocido
para los habitantes de Sodoma, y su veneración del Dios invisible ha-
bía sido para ellos objeto de ridículo; pero su victoria sobre fuerzas
muy superiores, y su magnánima disposición acerca de los prisione-
ros y del botín, despertaron la admiración y el asombro. Mientras
alababan su capacidad y valentía, nadie pudo evitar la convicción de
que un poder divino le había dado la victoria. Y su espíritu noble y
desinteresado, tan extraño para los egoístas habitantes de Sodoma,
había sido otra prueba de la superioridad de la religión a la que
honró por su valor y fidelidad.
Melquisedec, al bendecir a Abraham, había reconocido a Jehová
como la fuente de todo su poder y como autor de la victoria: “Bendito
sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra;
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y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus
manos”.
Génesis 14:19, 20
. Dios estaba hablando a aquel pueblo
por su providencia, pero el último rayo de luz fue rechazado, como
todos los anteriores.
Y ahora se acercaba la última noche de Sodoma. Las nubes de
la venganza proyectaban ya sus sombras sobre la ciudad condenada.
Pero los hombres no las percibieron. Mientras se acercaban los ánge-
les con su misión destructora, los hombres soñaban con prosperidad
y placer. El último día fue como todos los demás que habían llegado
y desaparecido. La noche se cerró sobre una escena de hermosura
y seguridad. Los rayos del sol poniente crearon un panorama de
incomparable belleza. La frescura del atardecer había atraído fuera