Página 141 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La destrucción de Sodoma
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las ciudades y la fértil llanura. Sus palacios y templos, las costosas
moradas, los jardines y viñedos, la muchedumbre amante del placer,
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que la noche anterior había injuriado a los mensajeros del cielo, todo
fue consumido. El humo de la conflagración ascendió al cielo como
si fuera el humo de un gran horno. Y el hermoso valle de Sidim se
convirtió en un desierto, un sitio que jamás había de ser reconstruido
ni habitado, como testimonio para todas las generaciones de la
seguridad con que el juicio de Dios castiga el pecado.
Las llamas que consumieron las ciudades de la llanura transmiten
hasta nuestros días la luz de su advertencia. Se nos enseña la temible
y solemne lección de que mientras la misericordia de Dios tiene
mucha paciencia con el transgresor, hay un límite más allá del cual
los hombres no pueden seguir en sus pecados. Cuando se llega a ese
límite, se retira el ofrecimiento de la gracia y comienza la ejecución
del juicio.
El Redentor del mundo declara que hay pecados mayores que
aquellos por los cuales fueron destruidas Sodoma y Gomorra. Los
que oyen la invitación del evangelio que llama a los pecadores al
arrepentimiento, y no hacen caso de ella, son más culpables ante
Dios que los habitantes del valle de Sidim. Mayor aun es el pecado
de los que aseveran conocer a Dios y guardar sus mandamientos, y
sin embargo, niegan a Cristo en su carácter y en su vida diaria. De
acuerdo con lo indicado por el Salvador, la suerte de Sodoma es una
solemne advertencia, no meramente para los que son culpables de
pecados manifiestos, sino para todos aquellos que están jugando con
la luz y los privilegios que vienen del cielo.
El Testigo fiel dijo a la iglesia de Éfeso: “Pero tengo contra ti
que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has
caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes,
pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar”.
Apocalipsis
2:4, 5
.
Con una compasión más tierna que la que conmueve el corazón
de un padre terrenal que perdona a su hijo pródigo y doliente, el
Salvador anhela que respondamos a su amor y al perdón que nos
ofrece. Dice a los extraviados: “Volveos a mí y yo me volveré a
vosotros”.
Malaquías 3:7
. Pero si el pecador se niega obstinadamente
a responder a la voz que lo llama con compasivo y tierno amor, será
abandonado al fin en las tinieblas. El corazón que ha menospreciado