Página 140 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
su condenación. Pero la vacilación y la tardanza de él la indujeron
a ella a considerar livianamente la amonestación divina. Mientras
su cuerpo estaba en la llanura, su corazón se aferraba a Sodoma,
y con Sodoma pereció. Se rebeló contra Dios porque sus juicios
arrastraban a sus hijos y sus bienes a la ruina. Aunque había sido
muy favorecida al ser llamada a salir de la ciudad impía, creyó que se
la trataba duramente, porque tenía que dejar las riquezas que habían
acumulado con el trabajo de muchos años. En vez de aceptar la
salvación con gratitud, miró hacia atrás presuntuosamente deseando
la vida de los que habían despreciado la advertencia divina. Su
pecado mostró que no era digna de la vida, por cuya conservación
sentía tan poca gratitud.
Debemos guardarnos de tratar ligeramente las bondadosas medi-
das que Dios toma para nuestra salvación. Hay cristianos que dicen:
“No me interesa ser salvo, si mi esposa y mis hijos no se salvan
conmigo”. Les parece que sin la presencia de los que les son tan
queridos, el cielo no sería el cielo para ellos. Pero, al albergar tales
sentimientos, ¿tienen un concepto justo de su propia relación con
Dios, en vista de su gran bondad y misericordia hacia ellos? ¿Han
olvidado que están obligados por los lazos más fuertes del amor,
del honor y de la fidelidad a servir a su Creador y Salvador? Las
invitaciones de la misericordia se dirigen a todos; y porque nues-
tros amigos rechazan el implorante amor del Salvador, ¿hemos de
apartarnos también nosotros? La redención del alma es preciosa.
Cristo pagó un precio infinito por nuestra salvación, y porque otros
la desechen, ninguna persona que aprecie el valor de este gran sa-
crificio, o el valor del alma, despreciará la misericordia de Dios. El
mismo hecho de que otros no reconozcan los justos requerimientos
de Dios debe guiarnos a honrar al Creador con más diligencia, y a
inducir a todos los que alcance nuestra influencia a aceptar su amor.
“El sol salía sobre la tierra cuando Lot llegó a Zoar”. Los claros
rayos matutinos parecían anunciar prosperidad y paz a las ciudades
de la llanura. Empezó el ajetreo de la vida diaria por las calles; los
hombres iban por sus distintos caminos, a su negocio o a los placeres
del día. Los yernos de Lot se burlaban de los temores y advertencias
del caduco anciano.
De repente, como un trueno en un cielo despejado, se desató
la tempestad. El Señor hizo llover fuego y azufre del cielo sobre