Página 149 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El casamiento de Isaac
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mujer dispuesta a dejar a su país y a unirse con él para conservar
puro el culto del Dios viviente.
Abraham confió este importante asunto al servidor más anciano
de su casa, hombre piadoso y experimentado, de sano juicio, que
le había dado fiel y largo servicio. Hizo prestar a este servidor el
solemne juramento ante el Señor de que no tomaría para Isaac una
mujer cananea, sino que elegiría a una doncella de la familia de
Nacor, de Mesopotamia. Le ordenó que no llevara allá a Isaac. En
caso de que no se encontrara una doncella que quisiera dejar a
sus parientes, el mensajero quedaría absuelto de su juramento. El
patriarca lo animó en su difícil y delicada empresa, asegurándole
que Dios coronaría su tarea con éxito. “Jehová, Dios de los cielos
-le dijo-, que me tomó de la casa de mi padre[...] enviará su ángel
delante de ti”. Véase
Génesis 24
.
El mensajero se puso en camino sin demora. Llevó consigo diez
camellos para su acompañamiento y para la comitiva de la novia
que vendría con él. Tomó también regalos para la futura esposa y
sus amistades, y emprendió el largo viaje allende Damasco, por las
llanuras que llegan hasta el gran río del este. Al llegar a Harán, “la
ciudad de Nacor”, se detuvo fuera de las murallas, cerca del pozo
donde al atardecer iban las mujeres de la ciudad a sacar agua. Estos
fueron para él momentos de gran reflexión. La elección que hiciera
tendría consecuencias importantes, no solamente para la familia de
su señor, sino también para las generaciones venideras; pero ¿cómo
elegiría sabiamente entre gente completamente desconocida? Acor-
dándose de las palabras de Abraham referentes a que Dios enviaría
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su ángel con él, rogó a Dios con fervor para pedirle que lo dirigiera
en forma positiva. En la familia de su amo estaba acostumbrado
a ver de continuo manifestaciones de amabilidad y hospitalidad, y
rogó ahora que un acto de cortesía le indicara la doncella que Dios
había elegido.
Apenas terminó su oración, le fue otorgada la respuesta. Entre
las mujeres que se habían reunido cerca del pozo, había una cuya
cortesía llamó su atención. En el momento en que ella dejaba el pozo,
el forastero fue a su encuentro y le pidió un poco de agua del cántaro
que llevaba al hombro. Le fue concedido amablemente lo que pedía,
y se le ofreció sacar agua también para los camellos, un servicio
que hasta las hijas de los príncipes solían prestar para atender a los