Página 15 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El origen del mal
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honrado por Dios y que era el más exaltado en poder y en gloria
entre los habitantes del cielo. Lucifer, el “hijo de la mañana”, era el
principal de los querubines cubridores, santo e inmaculado. Estaba
en la presencia del gran Creador, y los incesantes rayos de gloria
que envolvían al Dios eterno, caían sobre él. “Así ha dicho Jehová,
el Señor: “Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y
de acabada hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste.
De toda piedra preciosa era tu vestidura. [...] Tú, querubín grande,
protector, yo te puse en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en
medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos
tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti
maldad””.
Ezequiel 28:12-15
.
Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de ensalzarse. Las
Escrituras dicen: “Se enalteció tu corazón a causa de tu hermo-
sura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor”.
Ezequiel
28:17
. “Tú que decías en tu corazón: “Subiré al cielo [...], junto a
las estrellas de Dios, levantaré mi trono, [...] y seré semejante al
Altísimo””.
Isaías 14:13, 14
. Aunque toda su gloria procedía de
Dios, este poderoso ángel llegó a considerarla como perteneciente
a sí mismo. Descontento con el puesto que ocupaba, a pesar de ser
el ángel que recibía más honores entre las huestes celestiales, se
aventuró a codiciar el homenaje que solo debe darse al Creador. En
vez de procurar el ensalzamiento de Dios como supremo en el afecto
y la lealtad de todos los seres creados, trató de obtener para sí mismo
el servicio y la lealtad de ellos. Y codiciando la gloria con que el
Padre infinito había investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles
aspiraba al poder que únicamente pertenecía a Cristo.
Ahora la perfecta armonía del cielo estaba quebrantada. La dis-
posición de Lucifer de servirse a sí mismo en vez de servir a su
Creador, despertó un sentimiento de honda aprensión cuando fue
observada por quienes consideraban que la gloria de Dios debía
ser suprema. Reunidos en concilio celestial, los ángeles rogaron a
Lucifer que desistiera de su intento. El Hijo de Dios presentó ante él
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la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y también la natura-
leza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había establecido
el orden del cielo, y, al separarse de él, Lucifer deshonraría a su
Creador y acarrearía la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación,
hecha con misericordia y amor infinitos, solamente despertó un es-