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Historia de los Patriarcas y Profetas
“Se llamará su nombre “Admirable consejero”, “Dios fuerte”, “Padre
eterno”, “Príncipe de paz””. “Sus orígenes se remontan al inicio de
los tiempos, a los días de la eternidad”.
Isaías 9:6
;
Miqueas 5:2
. Y el
Hijo de Dios, hablando de sí mismo, declara: “Jehová me poseía en
el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve la
primacía, [...] cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él
estaba yo ordenándolo todo. Yo era su delicia cada día y me recreaba
delante de él en todo tiempo”.
Proverbios 8:22-30
.
El Padre obró por medio de su Hijo en la creación de todos los
seres celestiales. “Porque en él fueron creadas todas las cosas, [...]
sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo
fue creado por medio de él y para él”.
Colosenses 1:16
. Los ángeles
son los ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente
dimana de la presencia de él y valiéndose de sus rápidas alas, se
apresuran a ejecutar la voluntad de Dios. Pero el Hijo, el Ungido de
Dios, “la misma imagen de su sustancia”, “el resplandor de su gloria”
y sustentador de “todas las cosas con la palabra de su poder”, tiene
la supremacía sobre todos ellos. Un “trono de gloria, excelso desde
el principio”, era el lugar de su santuario; una “vara de equidad”, el
cetro de su reino. “¡Alabanza y magnificencia delante de él! ¡poder
y hermosura en su santuario!” “Misericordia y verdad van delante
de tu rostro”.
Hebreos 1:3, 8
;
Jeremías 17:12
;
Salmos 96:6
;
89:14
.
Siendo la ley del amor el fundamento del gobierno de Dios,
la felicidad de todos los seres inteligentes depende de su perfecto
acuerdo con los grandes principios de justicia de esa ley. Dios desea
de todas sus criaturas el servicio que nace del amor, de la compren-
sión y del aprecio de su carácter. No halla placer en una obediencia
forzada, y otorga a todos libre albedrío para que puedan servirle
voluntariamente.
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Mientras todos los seres creados reconocieron la lealtad del amor,
hubo perfecta armonía en el universo de Dios. Cumplir los designios
de su Creador era el gozo de las huestes celestiales. Se deleitaban en
reflejar la gloria del Todopoderoso y en alabarlo. Y su amor mutuo
fue fiel y desinteresado mientras el amor de Dios fue supremo. No
había nota discordante que perturbara las armonías celestiales. Pero
se produjo un cambio en ese estado de felicidad. Hubo uno que
pervirtió la libertad que Dios había otorgado a sus criaturas. El
pecado se originó en aquel que, después de Cristo, había sido el más