Página 17 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El origen del mal
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se elevaban himnos de alabanza cantados por miles de alegres voces,
el espíritu del mal parecía vencido; indecible amor conmovía su ser
entero; al igual que los inmaculados adoradores, su alma se llenó
de amor hacia el Padre y el Hijo. Pero luego se llenó del orgullo de
su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y nuevamente
dio cabida a su envidia hacia Cristo. Los altos honores conferidos a
Lucifer no fueron justipreciados como dádiva especial de Dios, y por
lo tanto, no produjeron gratitud alguna hacia su Creador. Se jactaba
de su esplendor y elevado puesto, y aspiraba a ser igual a Dios. La
hueste celestial lo amaba y reverenciaba, los ángeles se deleitaban en
cumplir sus órdenes, y estaba dotado de más sabiduría y gloria que
todos ellos. Sin embargo, el Hijo de Dios ocupaba una posición más
exaltada que él. Era igual al Padre en poder y autoridad. Él compartía
los designios del Padre, mientras que Lucifer no participaba en los
concilios de Dios. “¿Por qué—se preguntaba el poderoso ángel—
debe Cristo tener la supremacía? ¿Por qué se le honra más que a
mí?”
Abandonando su lugar en la inmediata presencia del Padre, Lu-
cifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles.
Trabajó con misteriosa reserva, y por algún tiempo ocultó sus verda-
deros propósitos bajo una aparente reverencia hacia Dios. Comenzó
insinuando dudas acerca de las leyes que gobernaban a los seres
celestiales, sugiriendo que aunque las leyes fueran necesarias para
los habitantes de los mundos, los ángeles, siendo más elevados, no
necesitaban semejantes restricciones, porque su propia sabiduría
bastaba para guiarlos. Ellos no eran seres que pudieran acarrear
deshonra a Dios; todos sus pensamientos eran santos; y errar era tan
imposible para ellos como para el mismo Dios. La exaltación del
Hijo de Dios como igual al Padre fue presentada como una injusti-
cia cometida contra Lucifer, quien, según se alegaba, tenía también
derecho a recibir reverencia y honra. Si este príncipe de los ángeles
pudiera alcanzar su verdadera y elevada posición, ello redundaría en
grandes beneficios para toda la hueste celestial; pues su objeto era
asegurar la libertad de todos. Pero ahora aun la libertad que habían
gozado hasta ese entonces concluía, pues se les había nombrado un
gobernante absoluto, y todos ellos tenían que prestar obediencia a
su autoridad. Estos fueron los sutiles engaños que por medio de las
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astucias de Lucifer cundían rápidamente por los atrios celestiales.