Página 172 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

168
Historia de los Patriarcas y Profetas
de Dios es este, y llamó a aquel lugar Mahanaim”. Véase
Génesis
32:2
.
Sin embargo, Jacob creyó que debía hacer algo en favor de su
propia seguridad. Mandó, pues, mensajeros a su hermano con un
saludo conciliatorio. Los instruyó respecto a las palabras exactas
con las cuales se habían de dirigir a Esaú. Se había predicho ya antes
del nacimiento de los dos hermanos, que el mayor serviría al menor,
y para que el recuerdo de esto no fuera motivo de amargura, dijo
Jacob a los siervos, que los mandaba a “mi señor Esaú”; y cuando
fueran llevados ante él, debían referirse a su amo como “tu siervo
Jacob”; y para quitar el temor de que volvía como indigente errante
para reclamar la herencia de su padre, Jacob le mandó decir en su
mensaje: “Tengo vacas, y asnos, y ovejas, y siervos y siervas; y envío
a decirlo a mi señor, por hallar gracia en tus ojos”.
Pero los siervos volvieron con la noticia de que Esaú se acer-
caba con cuatrocientos hombres, y que no había dado respuesta al
mensaje amistoso. Parecía cierto que venía para vengarse. El terror
se apoderó del campamento. No podía volverse y temía avanzar.
Sus acompañantes, desarmados y desamparados, no tenían la me-
nor preparación para hacer frente a un encuentro hostil. Por eso
los dividió en dos grupos, de modo que si uno es atacado, el otro
tendrá la oportunidad de huir. De su gran cantidad de ganado mandó
regalos generosos a Esaú con un mensaje amistoso. Hizo todo lo que
estaba de su parte para expiar el daño hecho a su hermano y evitar el
peligro que lo amenazaba, y luego, con humildad y arrepentimiento,
pidió así la protección divina: “Jehová, que me dijiste: “Vuélvete
[175]
a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien”, ¡no merezco todas
las misericordias y toda la verdad con que has tratado a tu siervo!;
pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora he de atender a dos
campamentos. Líbrame ahora de manos de mi hermano, de manos
de Esaú, porque le temo; no venga acaso y me hiera a la madre junto
con los hijos”.
Había llegado ahora al río Jaboc, y cuando vino la noche Jacob
mandó a su familia cruzar por el vado al otro lado del río, quedándose
él solo atrás. Había decidido pasar la noche en oración y deseaba
estar solo con Dios, quien podía apaciguar el corazón de Esaú. En
Dios estaba la única esperanza del patriarca.