Página 173 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

Una noche de lucha
169
Era una región solitaria y montañosa, madriguera de fieras y
escondite de salteadores y asesinos. Jacob solo e indefenso, se in-
clinó a tierra profundamente acongojado. Era medianoche. Todo lo
que lo hacía apreciar la vida estaba lejos y expuesto al peligro y a
la muerte. Lo que más lo amargaba era el pensamiento de que su
propio pecado había traído este peligro sobre los inocentes. Con
vehementes exclamaciones y lágrimas oró delante de Dios.
De pronto sintió una mano fuerte sobre él. Creyó que un enemi-
go atentaba contra su vida, y trató de librarse de las manos de su
agresor. En las tinieblas los dos lucharon por predominar. No se
pronunció una sola palabra, pero Jacob desplegó todas sus energías
y ni un momento cejó en sus esfuerzos. Mientras así luchaba por su
vida, el sentimiento de su culpa pesaba sobre su alma; sus pecados
surgieron ante él, para alejarlo de Dios. Pero en su terrible aflicción
recordaba las promesas del Señor, y su corazón exhalaba súplicas
de misericordia.
La lucha duró hasta poco antes del amanecer, cuando el desco-
nocido tocó el muslo de Jacob, dejándolo incapacitado en el acto.
Entonces reconoció el patriarca el carácter de su adversario. Com-
prendió que había luchado con un mensajero celestial, y que por
eso sus esfuerzos casi sobrehumanos no habían obtenido la victoria.
Era Cristo, “el Ángel del pacto”, el que se había revelado a Jacob.
El patriarca estaba imposibilitado y sufría el dolor más agudo, pero
no aflojó su asidero. Completamente arrepentido y quebrantado,
se aferró al Ángel y “lloró, y le rogó” (
Oseas 12:4
), pidiéndole la
bendición. Necesitaba tener la seguridad de que su pecado había
sido perdonado. El dolor físico no bastaba para apartar su mente
de este objetivo. Su decisión se fortaleció y su fe se intensificó en
fervor y perseverancia hasta el fin.
[176]
El Ángel trató de librarse de él y le exhortó: “Déjame, que raya
el alba”; pero Jacob contestó: “No te dejaré, si no me bendices”.
Si esta hubiera sido una confianza jactanciosa y presumida, Jacob
habría sido aniquilado en el acto; pero tenía la seguridad del que
confiesa su propia indignidad, y sin embargo confía en la fidelidad
del Dios que cumple su pacto. Jacob “luchó con Dios y venció”. Por
su humillación, su arrepentimiento y la entrega de sí mismo, este
pecador y extraviado mortal prevaleció ante la Majestad del cielo.