Página 174 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Se había aferrado con mano temblorosa de las promesas de Dios, y
el corazón del Amor infinito no pudo desoír los ruegos del pecador.
El error que había inducido a Jacob al pecado de alcanzar la
primogenitura por medio de un engaño, ahora le fue claramente ma-
nifestado. No había confiado en las promesas de Dios, sino que había
tratado de hacer por su propio esfuerzo lo que Dios habría hecho
a su tiempo y a su modo. En prueba de que había sido perdonado,
su nombre, que hasta entonces le había recordado su pecado, fue
cambiado por otro que conmemoraba su victoria. “Ya no te llamarás
Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres,
y has vencido”.
Jacob alcanzó la bendición que su alma había anhelado. Su peca-
do como suplantador y engañador había sido perdonado. La crisis de
su vida había pasado. La duda, la perplejidad y los remordimientos
habían amargado su existencia; pero ahora todo había cambiado; y
fue dulce la paz de la reconciliación con Dios. Jacob ya no tenía
miedo de encontrarse con su hermano. Dios, que había perdonado
su pecado, podría también conmover el corazón de Esaú para que
aceptara su humillación y arrepentimiento.
Mientras Jacob luchaba con el Ángel, otro mensajero celestial
fue enviado a Esaú. En un sueño este vio a su hermano desterrado
durante veinte años de la casa de su padre; presenció el dolor que
sentiría al saber que su madre había muerto; lo vio rodeado de las
huestes de Dios. Esaú relató este sueño a sus soldados, con la orden
de que no hicieran daño alguno a Jacob, porque el Dios de su padre
estaba con él.
Por fin los dos grupos se acercaron uno al otro, el jefe del de-
sierto al frente de sus guerreros, y Jacob con sus mujeres e hijos,
acompañado de pastores y siervas, y seguido de una larga hilera de
rebaños y manadas. Apoyado en su cayado, el patriarca avanzó al
encuentro de la tropa de soldados. Estaba pálido e imposibilitado
por la reciente lucha, y caminaba lenta y penosamente, deteniéndose
a cada paso; pero su cara estaba iluminada de alegría y paz.
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Al ver a su hermano cojo y doliente, “Esaú corrió a su encuentro
y, echándose sobre su cuello, lo abrazó y besó; los dos lloraron”.
Génesis 33:4
. Hasta los corazones de los rudos soldados de Esaú
fueron conmovidos, cuando presenciaron esta escena. A pesar de
que él les había relatado su sueño no podían explicarse el cambio