Página 186 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
En la agonía de su terror imploró a uno y a otro de sus hermanos,
pero en vano. Algunos de ellos fueron conmovidos, pero el temor
al ridículo los mantuvo callados. Todos tuvieron la impresión de
que habían ido demasiado lejos para retroceder. Si perdonaban a
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José, este los acusaría sin duda ante su padre, quien no pasaría por
alto la crueldad cometida contra su hijo favorito. Endureciendo sus
corazones a las súplicas de José, lo entregaron en manos de los
mercaderes paganos. La caravana continuó su camino y pronto se
perdió de vista.
Rubén volvió a la cisterna, pero José no estaba allí. Alarmado
y acusándose a sí mismo, desgarró sus vestidos y buscó a sus her-
manos, exclamando: “El joven no parece; y yo, ¿adónde iré yo?”
Cuando supo la suerte de José, y que ya era imposible rescatarlo,
Rubén se vio obligado a unirse con los demás en un intento por
ocultar su culpa. Después de matar un cabrito, tiñeron con su sangre
la ropa de José, y la llevaron a su padre, diciéndole que la habían
encontrado en el campo, y que temían que fuera la de su hermano.
“Reconoce ahora -dijeron- si es o no la ropa de tu hijo”.
Con temor habían esperado esta escena, pero no estaban prepa-
rados para la angustia desgarradora, ni para el completo abandono al
dolor que tuvieron que presenciar. “Es la túnica de mi hijo; alguna
mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado”. Sus hijos trataron
inútilmente de consolarlo. Entonces Jacob rasgó sus vestidos, se
puso ropa áspera sobre su cintura y guardó luto por su hijo durante
muchos días. El tiempo no parecía aliviar su dolor. “¡Descenderé
enlutado junto a mi hijo hasta el seol!”, era su grito desesperado.
Los jóvenes estaban aterrados por lo que habían hecho; y sin em-
bargo, espantados por los reproches que les haría su padre, seguían
ocultando en sus propios corazones el conocimiento de su culpa,
que aun a ellos mismos les parecía enorme.
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