Página 185 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El regreso a Canaán
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Sus hermanos lo vieron acercarse, pero ni el pensar en el largo
viaje que había hecho para visitarlos, ni el cansancio y el hambre que
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traía, ni el derecho que tenía a la hospitalidad y a su amor fraternal,
aplacó la amargura de su odio. El ver su vestido, señal del cariño de
su padre, los puso frenéticos. “Ahí viene el soñador”, exclamaron,
burlándose de él. En ese momento fueron dominados por la envidia
y la venganza que habían fomentado secretamente durante tanto
tiempo. Y dijeron: “Ahora pues, venid, matémoslo y echémoslo en
una cisterna, y diremos: “Alguna mala bestia lo devoró”. Veremos
entonces qué será de sus sueños”.
Si no hubiera sido por Rubén, habrían cumplido su intento. Este
retrocedió ante la idea de participar en el asesinato de su hermano, y
propuso arrojarlo vivo a una cisterna y dejarlo allí para que muriera,
con la secreta intención de librarlo y devolverlo a su padre. Después
de haber persuadido a todos a que asintieran a su plan, Rubén se alejó
del grupo, temiendo no poder dominar sus sentimientos, y descubrir
su verdadera intención.
José se aproximó sin sospechar el peligro, contento de haberlos
hallado; pero en vez del esperado saludo, fue objeto de miradas
iracundas y vengadoras que lo aterraron. Lo amarraron y le quitaron
sus vestiduras. Los vituperios y las amenazas revelaban una inten-
ción funesta. No atendieron a sus súplicas. Se encontró a merced
del poder de aquellos hombres encolerizados. Lo condujeron con
brutalidad a una cisterna profunda, y lo echaron adentro; y después
de haberse asegurado de que no podría escapar, lo dejaron allí para
que muriera de hambre, mientras que ellos “se sentaron a comer
pan”.
Pero algunos de ellos estaban inquietos; no sentían la satisfacción
que habían esperado de su venganza. Pronto vieron acercarse una
compañía de viajeros. Eran ismaelitas procedentes del otro lado del
Jordán, que con especias y otras mercancías se dirigían a Egipto.
Entonces Judá propuso vender a su hermano a estos mercaderes
paganos, en vez de dejarlo allí para que muriera. Al obrar así, lo
apartarían de su camino, y no se mancharían con su sangre; pues, dijo
Judá: “Es nuestro hermano, nuestra propia carne”. Todos estuvieron
de acuerdo con este propósito y sacaron pronto a José de la cisterna.
Cuando vió a los mercaderes, José comprendió la terrible verdad.
Llegar a ser esclavo era una suerte más temible que la misma muerte.