Página 207 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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José y sus hermanos
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míos”. Habían de ser adoptados como sus propios hijos, y llegarían
a ser jefes de tribus separadas. De esa manera uno de los privilegios
de la primogenitura, perdida por Rubén, había de recaer en José; a
saber, una porción doble en Israel.
La vista de Jacob estaba debilitada por la edad, y no se había
dado cuenta de la presencia de los jóvenes; pero al ver sus siluetas,
dijo: “¿Quiénes son estos?” Al saberlo, agregó: “Acércalos ahora
a mí, y los bendeciré”. Al acercársele, el patriarca los abrazó y
los besó, poniendo sus manos solemnemente sobre sus cabezas
para bendecirlos. Entonces pronunció la oración: “El Dios en cuya
presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que
me mantiene desde que yo soy hasta este día, el Ángel que me
liberta de todo mal, bendiga a estos jóvenes. Sea perpetuado en
ellos mi nombre y el nombre de mis padres Abraham e Isaac, y
multiplíquense y crezcan en medio de la tierra”. No había ya en él
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espíritu de autoindependencia, ni confianza en los arteros poderes
humanos. Dios había sido su guardador y su sostén. No se quejó de
los malos días pasados. Ya no consideraba sus pruebas y dolores
como cosas que habían obrado contra él. Su memoria solamente
evocó la misericordia y las bondades del que había estado con él
durante toda su peregrinación.
Terminada la bendición, dejando para las generaciones venideras
que iban a pasar por largos años de esclavitud y dolor este testimonio
de su fe, Jacob le aseguró a su hijo: “Yo muero, pero Dios estará con
vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres”.
Por fin todos los hijos de Jacob se reunieron alrededor de su
lecho de muerte. Jacob llamó a sus hijos y dijo: “Acercáos y oíd,
hijos de Jacob; y escuchad a vuestro padre Israel”. “Os declararé
lo que ha de aconteceros en los días venideros”. A menudo había
pensado ansiosamente en el futuro de sus hijos, y había tratado de
concebir un cuadro de la historia de las diferentes tribus. Ahora,
mientras sus hijos esperaban su última bendición, el Espíritu de la
inspiración se posó sobre él; y se presentó ante él en profética visión
el futuro de sus descendientes. Uno después de otro, mencionó los
nombres de sus hijos, describió el carácter de cada uno, y predijo
brevemente la historia futura de sus tribus.
“Rubén, tú eres mi primogénito,