Página 23 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El origen del mal
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la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se le hubiera su-
primido inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor
más bien que por amor. La influencia del engañador no habría sido
anulada totalmente, ni se habría extirpado por completo el espíritu
de rebelión. Para el bien del universo entero a través de los siglos
sin fin, era necesario que Satanás desarrollara más ampliamente sus
principios, para que todos los seres creados pudieran reconocer la
naturaleza de sus acusaciones contra el gobierno divino y para que
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la justicia y la misericordia de Dios y la inmutabilidad de su ley
quedasen establecidas para siempre.
La rebelión de Satanás había de ser una lección para el universo
a través de todos los siglos venideros; un testimonio perpetuo en
cuanto a la naturaleza del pecado y sus terribles consecuencias. Los
resultados del gobierno de Satanás y sus efectos sobre los ángeles y
los hombres demostrarían el resultado inevitable que se obtiene al
desechar la autoridad divina. Darían testimonio de que la existencia
del gobierno de Dios entraña el bienestar de todos los seres que
él creó. De esta manera la historia de este terrible experimento
de la rebelión iba a ser una perpetua salvaguardia para todos los
seres santos, para evitar que sean engañados acerca de la naturaleza
de la transgresión, para salvarlos de cometer pecado y sufrir sus
consecuencias.
El que gobierna en los cielos ve el fin desde el principio. Aquel
en cuya presencia los misterios del pasado y del futuro son mani-
fiestos, más allá de la angustia, las tinieblas y la ruina provocadas
por el pecado, contempla la realización de sus propios designios de
amor y bendición. Aunque haya “nubes y oscuridad alrededor de
él; justicia y juicio son el cimiento de su trono”.
Salmos 97:2
. Y
esto lo entenderán algún día todos los habitantes del universo, tanto
los leales como los desleales. “Él es la Roca, cuya obra es perfecta,
porque todos sus caminos son rectos. Es un Dios de verdad y no hay
maldad en él; es justo y recto”.
Deuteronomio 32:4
.
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