Página 241 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Las plagas de Egipto
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hubo antes ni la habrá después”. Llenaron el cielo hasta que la tierra
se oscureció, y devoraron toda cosa verde que quedaba.
El faraón hizo venir inmediatamente a los profetas y les dijo:
“He pecado contra Jehová, vuestro Dios, y contra vosotros. Pero os
ruego ahora que perdonéis mi pecado solamente esta vez, y que oréis
a Jehová, vuestro Dios, para que aparte de mí al menos esta plaga
mortal”. Así lo hicieron, y un fuerte viento del occidente se llevó las
langostas hacia el mar Rojo. Pero aun así el rey persistió en su terca
resolución.
El pueblo egipcio estaba a punto de desesperar. Las plagas que
ya habían sufrido parecían casi insoportables, y estaban llenos de
pánico por temor del futuro. La nación había adorado al faraón como
representante de su dios, pero ahora muchos estaban convencidos de
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que él se estaba oponiendo a Uno que hacía de todos los poderes de
la naturaleza los ministros de su voluntad. Los esclavos hebreos, tan
milagrosamente favorecidos, comenzaban a confiar en su liberación.
Sus comisarios no osaban oprimirlos como hasta entonces. Por
todo Egipto existía un secreto temor de que la raza esclavizada
podría levantarse y vengar sus agravios. Por todo lugar los hombres
preguntaban con el aliento en suspenso: “¿Qué seguirá después?”.
De repente una gran oscuridad se asentó sobre la tierra, tan densa
y negra que parecía que se podía palpar. No solo quedó la gente
privada de luz, sino que también la atmósfera se puso muy pesada,
de tal manera que era difícil respirar. “Ninguno vio a su prójimo, ni
nadie se levantó de su lugar en tres días; pero todos los hijos de Israel
tenían luz en sus habitaciones”. El sol y la luna eran para los egipcios
objetos de adoración; en estas tinieblas misteriosas tanto la gente
como sus dioses fueron heridos por el poder que había patrocinado
la causa de los siervos (
véase el Apéndice, nota 5
). Sin embargo,
por espantoso que fuera, este castigo evidenciaba la compasión de
Dios y su falta de voluntad para destruir. Estaba dando a la gente
tiempo para reflexionar y arrepentirse antes de enviarles la última y
más terrible de las plagas.
Por último, el temor arrancó al faraón una concesión más. Al fin
del tercer día de tinieblas, llamó a Moisés, y le dio su consentimiento
para que el pueblo saliera, con tal de que los rebaños y las manadas
permanecieran. “No quedará ni una pezuña, porque de él hemos
de tomar para servir a Jehová, nuestro Dios, y no sabemos con qué