Página 244 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

240
Historia de los Patriarcas y Profetas
siervos, e inclinados delante de mí dirán: “Vete, tú y todo el pueblo
que está bajo tus órdenes””. Y después de esto yo saldré”. Véase
Éxodo 11-12
.
Antes de ejecutar esta sentencia, el Señor por medio de Moisés
instruyó a los hijos de Israel acerca de su salida de Egipto, sobre todo
para librarlos de la plaga inminente. Cada familia, sola o reunida
con otra, había de matar un cordero o un cabrito, “sin defecto”, y
con un hisopo tenía que tomar de la sangre y ponerla “en los dos
postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer”, para que
el ángel destructor que pasaría a medianoche, no entrara a aquella
morada. Debían de comer la carne asada, con hierbas amargas y pan
sin levadura, de noche, y como Moisés dijo: “ceñidos con un cinto,
con vuestros pies calzados y con el bastón en la mano; y lo comeréis
apresuradamente. Es la Pascua de Jehová”.
Éxodo 12:11
.
El Señor declaró: “Yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto
y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres
como de las bestias, y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de
Egipto [...]. La sangre os será por señal en las casas donde vosotros
estéis; veré la sangre y pasaré de largo ante vosotros, y no habrá
entre vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto”.
Para conmemorar esta gran liberación, el pueblo de Israel debía
de celebrar una fiesta anual a través de las generaciones futuras.
“Este día os será memorable, y lo celebraréis como fiesta solemne
para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo
celebraréis”. Cuando en los años venideros festejaran este aconteci-
miento tenían que repetir a sus hijos la historia de su gran liberación,
o como les dijo Moisés: “Vosotros responderéis: “Es la víctima de
la Pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los
[249]
hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios y libró nuestras
casas””.
Además, tanto el primogénito de los hombres como el de las
bestias, pertenecía al Señor, si bien podía ser redimido mediante
un rescate con el cual reconocían que, al perecer los primogénitos
de Egipto, los de Israel, que fueron guardados bondadosamente,
habrían sufrido la misma suerte de no haber sido por el sacrificio
expiatorio. “Mío es todo primogénito. Desde el día en que yo hice
morir a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, santifiqué para
mí a todos los primogénitos en Israel, tanto de hombres como de