252
Historia de los Patriarcas y Profetas
que meditan en las grandes misericordias de Dios, y no olvidan sus
dones menores, se llenan de felicidad y cantan en sus corazones al
Señor. Las bendiciones diarias que recibimos de la mano de Dios,
y sobre todo, la muerte de Jesús para poner la felicidad y el cielo a
nuestro alcance, deben ser objeto de constante gratitud.
[260]
¡Qué compasión, qué amor sin par, nos ha manifestado Dios a
nosotros, perdidos pecadores, al unirnos a él, para que seamos su
tesoro especial! ¡Qué sacrificio ha hecho nuestro Redentor para que
podamos ser llamados hijos de Dios! Debemos alabar a Dios por
la bendita esperanza que nos ofrece en el gran plan de redención;
debemos alabarle por la herencia celestial y por sus ricas promesas;
debemos alabarle porque Jesús vive para interceder por nosotros.
“El que ofrece sacrificios de alabanza me honrará” (
Salmos
50:23
), dice el Señor. Todos los habitantes del cielo se unen para
alabar a Dios. Aprendamos el canto de los ángeles ahora, para que
podamos cantarlo cuando nos unamos a sus huestes resplandecientes.
Digamos con el salmista: “Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré
salmos a mi Dios mientras viva”. “Alábente, Dios, los pueblos;
todos los pueblos te alaben!”
Salmos 146:2
;
67:5
.
En su providencia Dios mandó a los hebreos que se detuvieran
frente a la montaña junto al mar, a fin de manifestar su poder al
liberarlos y humillar el orgullo de sus opresores. Hubiera podido
salvarlos de cualquier otra forma, pero escogió este procedimiento
para acrisolar la fe del pueblo y fortalecer su confianza en él. El
pueblo estaba cansado y atemorizado; sin embargo, si hubieran
retrocedido cuando Moisés les ordenó avanzar, Dios no les habría
abierto el camino. Fue por la fe como “pasaron el Mar Rojo como
por tierra seca”.
Hebreos 11:29
. Al avanzar hasta el agua misma,
demostraron creer la palabra de Dios dicha por Moisés. Hicieron
todo lo que estaba a su alcance, y entonces el Poderoso de Israel
dividió el mar para abrir sendero para sus pies.
En esto se enseña una gran lección para todos los tiempos. A
menudo la vida cristiana está acosada de peligros, y se hace difícil
cumplir el deber. La imaginación concibe la ruina inminente delan-
te, y la esclavitud o la muerte detrás. No obstante, la voz de Dios
dice claramente: “Avanza”. Debemos obedecer este mandato aunque
nuestros ojos no puedan penetrar las tinieblas, y aunque sintamos
las olas frías a nuestros pies. Los obstáculos que impiden nuestro