Página 284 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
considerados por los egipcios como símbolos de la divinidad estaba
el buey o becerro; y por indicación de los que habían practicado
esta forma de idolatría en Egipto, hicieron un becerro y lo adoraron.
El pueblo deseaba alguna imagen que representara a Dios y que
ocupara ante ellos el lugar de Moisés.
Dios no había revelado ninguna semejanza de sí mismo, y había
prohibido toda representación material que se propusiera hacerlo.
Los extraordinarios milagros hechos en Egipto y en el Mar Rojo
tenían por fin establecer la fe en Jehová como el invisible y todopo-
deroso Ayudador de Israel, como el único Dios verdadero. Y el deseo
de alguna manifestación visible de su presencia había sido atendido
con la columna de nube y fuego que había guiado al pueblo, y con la
revelación de su gloria sobre el monte Sinaí. Pero estando la nube de
la presencia divina todavía ante ellos, volvieron sus corazones hacia
la idolatría de Egipto, y representaron la gloria del Dios invisible
por “la imagen de un becerro”. Véase
Éxodo 32-34
.
En ausencia de Moisés, el poder judicial había sido confiado
a Aarón, y una enorme multitud se reunió alrededor de su tienda
para presentarle esta exigencia: “Levántate, haznos dioses que vayan
delante de nosotros, porque a Moisés, ese hombre que nos sacó de
la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” (
véase el
Apéndice, nota 7
). La nube, dijeron ellos, que hasta ahora los guiara,
se había posado permanentemente sobre el monte, y ya no dirigía
más su peregrinación. Querían tener una imagen en su lugar; y si,
como se había sugerido, decidían volver a Egipto, hallarían favor
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ante los egipcios si llevaban esa imagen ante ellos y la reconocían
como su dios.
Para hacer frente a semejante crisis, hacía falta un hombre de
firmeza, decisión, y ánimo imperturbable, un hombre que considerara
el honor de Dios sobre el favor popular, sobre su seguridad personal y
su misma vida. Pero el jefe provisional de Israel no tenía ese carácter.
Aarón reprochó débilmente al pueblo, y su vacilación y timidez en
el momento crítico no sirvieron sino para hacerlos más decididos
en su propósito. El tumulto creció. Un frenesí ciego e irrazonable
pareció posesionarse de la multitud. Algunos permanecieron fieles
a su pacto con Dios; pero la mayor parte del pueblo se unió a la
apostasía. Unos pocos, que osaron denunciar la propuesta imagen