Página 296 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Esteban cuando fue llevado ante sus jueces: “Entonces todos los
que estaban sentados en el Concilio, al fijar los ojos en él, vieron su
rostro como el rostro de un ángel”.
Hechos 6:15
. Tanto Aarón como
el pueblo se apartaron de Moisés, “tuvieron miedo de acercarse a
él”. Viendo su terror y confusión, pero ignorando la causa, los instó
a que se acercaran. Les traía la promesa de la reconciliación con
Dios, y la seguridad de haber sido restituidos a su favor. En su voz
no percibieron otra cosa que amor y súplica, y por fin uno de ellos se
aventuró a acercarse a él. Demasiado temeroso para hablar, señaló en
silencio el semblante de Moisés y luego hacia el cielo. El gran jefe
comprendió. Conscientes de su culpa, sintiéndose todavía objeto del
desagrado divino, no podían soportar la luz celestial, que, si hubieran
obedecido a Dios, los habría llenado de gozo. En la culpabilidad hay
temor. En cambio, el alma libre de pecado no quiere apartarse de la
luz del cielo.
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Moisés tenía mucho que comunicarles; y compadecido del temor
del pueblo, se puso un velo sobre el rostro, y desde entonces continuó
haciéndolo cada vez que volvía al campamento después de estar en
comunión con Dios.
Mediante este resplandor, Dios trató de hacer comprender a
Israel el carácter santo y exaltado de su ley, y la gloria del evangelio
revelado mediante Cristo. Mientras Moisés estaba en el monte, Dios
le entregó, no solamente las tablas de la ley, sino también el plan de
la salvación. Vio que todos los símbolos y tipos de la religión judaica
prefiguraban el sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que
brota del Calvario como la gloria de la ley de Dios, lo que hacía
fulgurar el rostro de Moisés. Aquella iluminación divina era un
símbolo de la gloria del pacto del cual Moisés era el mediador
visible, el representante del único Intercesor verdadero.
La gloria reflejada en el semblante de Moisés representa las
bendiciones que, por medio de Cristo, ha de recibir el pueblo que
obedece los mandamientos de Dios. Atestigua que cuanto más estre-
cha sea nuestra comunión con Dios, y cuanto más claro sea nuestro
conocimiento de sus requerimientos, tanto más plenamente seremos
transfigurados a su imagen, y tanto más pronto llegaremos a ser
participantes de la naturaleza divina.
Moisés fue un símbolo de Cristo. Como intercesor de Israel,
veló su rostro, porque el pueblo no soportaba la visión de su glo-