Página 295 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La idolatría en el Sinaí
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puso en la hendidura de una roca, mientras la gloria de Dios y toda
su bondad pasaban delante de él.
Esta experiencia, y sobre todo la promesa de que la divina pre-
sencia lo ayudaría, fueron para Moisés una garantía de éxito para la
obra que tenía delante, y la consideró como de mucho más valor que
toda la sabiduría de Egipto, o que todas sus proezas como estadista
o jefe militar. No hay poder terrenal, ni habilidad ni ilustración que
pueda sustituir la presencia permanente de Dios.
Para el transgresor es terrible caer en las manos del Dios viviente;
pero Moisés estuvo solo en la presencia del Eterno y no temió,
porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su Creador. El
salmista dice: “Si en mi corazón hubiera yo mirado a la maldad, el
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Señor no me habría escuchado”. En cambio “la comunicón íntima
de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”.
Salmos 66:18
;
25:14
.
La Deidad se proclamó a sí misma: “¡Jehová! ¡Jehová! Dios
fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en mise-
ricordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá
por inocente al malvado”.
“Apresurándose, bajó la cabeza hasta el suelo y adoró”. De nuevo
imploró a Dios que perdonara la iniquidad de su pueblo, y que lo
recibiera como su heredad. Su oración fue contestada. El Señor
prometió benignamente renovar su favor hacia Israel, y hacer por él
“maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación
alguna”.
Cuarenta días con sus noches permaneció Moisés en el monte, y
todo este tiempo, como la primera vez, fue milagrosamente susten-
tado. No se permitió a nadie subir con él, ni durante el tiempo de su
ausencia nadie debía acercarse al monte. Siguiendo la orden de Dios,
había preparado dos tablas de piedra y las había llevado consigo
a la cúspide del monte; y el Señor otra vez “escribió en tablas las
palabras del pacto, los Diez Mandamientos” (
véase el Apéndice,
nota 8
).
Durante el largo tiempo que Moisés pasó en comunión con Dios,
su rostro había reflejado la gloria de la presencia divina. Sin que
él lo notara, cuando descendió del monte, su rostro resplandecía
con una luz deslumbrante. Ese mismo fulgor iluminó el rostro de