Capítulo 29—La enemistad de Satanás hacia la ley
El primer intento por derribar la ley de Dios, hecho entre los
inmaculados habitantes del cielo pareció por algún tiempo coronado
de éxito. Un inmenso número de ángeles fue seducido; pero el
aparente triunfo de Satanás se convirtió en derrota y pérdida, y
determinó su separación de Dios y su destierro del cielo.
Cuando se renovó el conflicto en la tierra, Satanás logró una
aparente ventaja. Por la transgresión, el ser humano llegó a ser
su cautivo, y el reino del hombre cayó en manos del jefe de los
rebeldes. Parecía que Satanás tendría libertad para establecer un
reino independiente y para desafiar la autoridad de Dios y de su Hijo.
Pero el plan de la redención haría posible que el hombre volviera a
la armonía con Dios y a acatar su ley; y que tanto la tierra como la
humanidad pudieran ser finalmente redimidos del poder del diablo.
Otra vez quedaba derrotado Satanás, y otra vez recurrió al en-
gaño, esperando transformar su derrota en victoria. Para incitar la
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rebelión de la raza caída, presentó a Dios como injusto por haber
permitido que el hombre violara su ley. Dijo el artero tentador: “Si
Dios sabía cuál iba a ser el resultado, ¿por qué permitió que el hom-
bre haya sido probado, que pecara, e introdujera la desgracia y la
muerte?” Y los hijos de Adán, olvidando la paciente misericordia,
gracias a la cual se le ha otorgado al hombre otra oportunidad, sin
pensar en el tremendo y asombroso sacrificio que su rebelión costaba
al Rey del cielo, prestaron oídos al tentador y murmuraron contra el
único Ser que podría salvarlos del poder de Satanás.
Miles de personas repiten hoy la misma rebelde queja contra
Dios. No comprenden que al quitarle al hombre la libertad de elegir,
le roban su prerrogativa como ser racional y lo convierten en un mero
autómata. No es el propósito de Dios forzar la voluntad de nadie. El
hombre fue creado moralmente libre. Como los habitantes de todos
los otros mundos, debe ser sometido a la prueba de la obediencia;
pero nunca se lo coloca en una situación en la cual se halle obligado
a ceder al mal. No puede sobrevenirle tentación o prueba alguna
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