Página 351 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

Del Sinaí a Cades
347
Moisés la había disgustado. El hecho de que había elegido esposa
en otra nación, en vez de tomarla de entre los hebreos, ofendía a su
familia y al orgullo nacional. Trataba a Séfora con un menosprecio
que no disimulaba.
Aunque se la llama “mujer cusita” o “etíope”, la esposa de Moi-
sés era de origen madianita, y por lo tanto, descendiente de Abraham.
En su aspecto personal difería de los hebreos en que era un tanto más
morena. Aunque no era israelita, Séfora adoraba al Dios verdadero.
Era de un temperamento tímido y retraído, tierno y afectuoso, y
se afligía mucho en presencia de los sufrimientos. Por ese motivo
[355]
cuando Moisés fue a Egipto, él consintió en que ella regresara a
Madián. Quería evitarle la pena que significaría para ella presenciar
los juicios que iban a caer sobre los egipcios.
Cuando Séfora se reunió con su marido en el desierto, vio que
las responsabilidades que llevaba estaban agotando sus fuerzas, y
comunicó sus temores a Jetro, quien sugirió que se tomaran medidas
para aliviarlo. Esta era la razón principal de la antipatía de María
hacia Séfora. Herida por el supuesto desdén infligido a ella y a
Aarón, y considerando a la esposa de Moisés como causante de la
situación, concluyó que la influencia de ella le había impedido a
Moisés que los consultara como lo había hecho antes. Si Aarón se
hubiera mantenido firme de parte de lo recto, habría impedido el
mal; pero en vez de mostrarle a María lo pecaminoso de su conducta,
se unió a ella, prestó oídos a sus quejas, y así llegó a participar de
sus celos.
Moisés soportó sus acusaciones en silencio paciente y sin queja.
Fue la experiencia que adquirió durante los muchos años de trabajo
y espera en Madián, el espíritu de humildad y longanimidad que
desarrolló allí, lo que preparó a Moisés para arrostrar con paciencia
la incredulidad y la murmuración del pueblo, y el orgullo y la envidia
de los que debieron ser sus asistentes firmes y resueltos. “Moisés
era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había
sobre la tierra”, y por este motivo Dios le otorgó más de su sabiduría
y dirección que a todos los demás. Dice la Escritura: “Encaminará
a los humildes en la justicia, y enseñará a los mansos su carrera”.
Salmos 25:9
. Los mansos son dirigidos por el Señor, porque son
dóciles y dispuestos a recibir instrucción. Tienen un deseo sincero de
saber y hacer la voluntad de Dios. Esta es la promesa del Salvador: