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Historia de los Patriarcas y Profetas
“El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es
de Dios”.
Juan 7:17
. Y declara por medio del apóstol Santiago: “Si
alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a
todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
Santiago 1:5
.
Pero la promesa es solamente para los que quieran seguirle del todo.
Dios no fuerza la voluntad de nadie; por consiguiente, no puede
conducir a los que son demasiado orgullosos como para dejarse
instruir, que se empeñan en hacer su propia voluntad. Acerca de
quien adolezca duplicidad mental, es decir quien procura seguir los
dictados de su propia voluntad, mientras profesa seguir la voluntad
de Dios, se ha escrito: “No piense, pues, quien tal haga que recibirá
cosa alguna del Señor”.
Vers. 7
.
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Dios había escogido a Moisés y lo había investido de su Espíritu;
y por su murmuración María y Aarón se habían hecho culpables
de deslealtad, no solamente hacia el que fue designado como su
jefe sino también hacia Dios mismo. Los murmuradores sediciosos
fueron convocados al tabernáculo y careados con Moisés. “Entonces
Jehová descendió en la columna de la nube, y se puso a la puerta
del tabernáculo. Llamó a Aarón y a María”. No negaron sus aseve-
raciones acerca de las manifestaciones del don de profecía por su
intermedio; Dios podía haberles hablado en visiones y sueños. Pero
a Moisés, a quien el Señor mismo declaró “fiel en toda mi casa”, se
le había otorgado una comunión más estrecha. Con
él
Dios hablaba
“cara a cara”. “¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi
siervo Moisés? Entonces la ira de Jehová se encendió contra ellos;
luego se fue”. La nube desapareció del tabernáculo como señal del
desagrado de Dios, y María fue castigada. Quedó “leprosa como
la nieve”. A Aarón se le perdonó el castigo, pero el de María fue
una severa reprensión para él. Entonces, humillado hasta el polvo el
orgullo de ambos, Aarón confesó el pecado que habían cometido e
imploró al Señor que no dejara perecer a su hermana por aquel azote
repugnante y fatal. En respuesta a las oraciones de Moisés, se limpió
la lepra de María. Sin embargo, ella fue excluída del campo durante
siete días. Tan solo cuando quedó desterrada del campamento volvió
el símbolo del favor de Dios a posarse sobre el tabernáculo. En
consideración a su elevada posición, y en señal de pesar por el golpe
que ella había recibido, todo el pueblo permaneció en Hazerot, en
espera de su regreso.