Página 355 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Los doce espías
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tierra, todos los espías, menos dos de ellos, explicaron ampliamente
las dificultades y los peligros que arrostraría Israel si emprendía la
conquista de Canaán. Enumeraron las naciones poderosas que había
en las distintas partes del país, y dijeron que las ciudades eran muy
grandes y amuralladas, que el pueblo que vivía allí era fuerte, y que
sería imposible vencerlo. También manifestaron que habían visto
gigantes, los hijos de Anac, en aquella región; y que era inútil pensar
en apoderarse de la tierra.
Entonces la escena cambió. Mientras los espías expresaban los
sentimientos de sus corazones incrédulos y llenos de un desaliento
causado por Satanás, la esperanza y el ánimo se fueron trocando en
cobarde desesperación. La incredulidad arrojó una sombra lóbrega
sobre el pueblo, y este se olvidó de la omnipotencia de Dios, tan a
menudo manifestada en favor de la nación escogida. El pueblo no se
detuvo a reflexionar ni razonó que Aquel que lo había llevado hasta
allí le daría ciertamente la tierra; no recordó como milagrosamente
Dios lo había librado de sus opresores, abriéndole paso a través de
la mar y destruyendo las huestes del faraón que lo perseguían. Hizo
caso omiso de Dios, y actuó como si dependiera únicamente del
poder de las armas.
En su incredulidad, los israelitas limitaron el poder de Dios,
y desconfiaron de la mano que hasta entonces los había dirigido
felizmente. Volvieron a cometer el error de murmurar contra Moisés
y Aarón. “Este es pues el fin de todas nuestras esperanzas -dijeron-
. Esta es la tierra por cuya posesión hicimos el largo viaje desde
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Egipto”. Acusaron a sus jefes de engañar al pueblo y de atraer
tribulación sobre Israel.
El pueblo estaba desilusionado y desesperado. Se elevó un llanto
de angustia que se entremezcló con el confuso murmullo de las vo-
ces. Caleb comprendió la situación, y lleno de audacia para defender
la palabra de Dios, hizo cuanto pudo para contrarrestar la influencia
maléfica de sus infieles compañeros. Calló el pueblo un momento
para escuchar sus palabras de aliento y esperanza con respecto a la
buena tierra. No contradijo lo que ya se había dicho; las murallas
eran altas, y los cananeos eran fuertes. Pero Dios había prometido la
tierra a Israel. “Subamos luego, y tomemos posesión de ella -insistió
Caleb-; porque más podremos nosotros que ellos”.