Página 364 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
israelitas de que estaban sujetos a la dirección divina. No recordaban
que el Ángel del pacto era su jefe invisible ni que, velada por la
columna de nube, la presencia de Cristo iba delante de ellos, como
tampoco que de él recibía Moisés todas sus instrucciones.
No querían someterse a la terrible sentencia de que todos debían
morir en el desierto, y en consecuencia estaban dispuestos a valerse
de cualquier pretexto para creer que no era Dios, sino Moisés, quien
los dirigía, y quien había pronunciado su condenación. Los mejores
esfuerzos del hombre más manso de la tierra no lograron sofocar la
insubordinación de ese pueblo; y aunque en sus filas quebrantadas y
raleadas tenían a la vista las pruebas de cuánto había desagradado a
Dios su anterior perversidad, no tomaron la lección a pecho. Otra
vez fueron vencidos por la tentación.
La vida humilde de Moisés como pastor, había sido mucho
más apacible y feliz que su puesto actual de jefe de aquella vasta
asamblea de espíritus turbulentos. Sin embargo, Moisés no se atrevía
a renunciar. En lugar de un cayado de pastor se le había dado una
vara de poder, que no podía deponer hasta que Dios lo exonerara.
El que lee los secretos de todos los corazones había observado
los propósitos de Coré y de sus compañeros, y había dado a su pue-
blo suficientes advertencias e instrucciones para permitirle eludir
la seducción de estos conspiradores. Los israelitas habían visto el
castigo de Dios caer sobre María por sus celos y sus quejas contra
Moisés. El Señor había declarado que Moisés era más que profeta.
“Cara a cara hablaré con él”, había dicho, y había agregado: “¿Por
qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?”
Nú-
meros 12:8
. Estas eran instrucciones que no iban dirigidas solamente
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a Aarón y a María, sino también a todo Israel.
Coré y sus compañeros en la conspiración habían sido favoreci-
dos con manifestaciones especiales del poder y de la grandeza de
Dios. Pertenecían al grupo que acompañó a Moisés en el ascenso
al monte y presenció la gloria divina. Pero desde entonces habían
cambiado. Habían albergado una tentación, ligera al principio, pero
ella se había fortalecido al ser alentada, hasta que sus mentes queda-
ron dominadas por Satanás, y se aventuraron a emprender su obra
de desafecto. Con la excusa de interesarse mucho en la prosperidad
del pueblo, comenzaron a susurrar su descontento el uno al otro, y
luego a los jefes de Israel. Sus insinuaciones encontraron tan buena