Página 373 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La rebelión de Coré
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Todo progreso alcanzado por aquellos a quienes Dios llamó
a dirigir su obra, despertó sospechas; cada una de sus acciones
fue falseada por críticos celosos. Así ocurrió en tiempo de Lutero,
Wesley y otros reformadores, y así sucede hoy.
Coré no hubiera tomado el camino que siguió si hubiera sabido
que todas las instrucciones y reprensiones comunicadas a Israel ve-
nían de Dios. Pero podría haberlo sabido. Dios había dado evidencias
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abrumadoras de que dirigía a Israel. Pero Coré y sus compañeros
rechazaron la luz hasta quedar tan ciegos que las manifestaciones
más maravillosas de su poder no bastaban ya para convencerlos.
Las atribuían todas a instrumentos humanos o satánicos. Lo mismo
hicieron los que, al día siguiente después de la destrucción de Coré
y sus asociados, fueron a Moisés y Aarón y les dijeron: “Vosotros
habéis dado muerte al pueblo de Jehová”. A pesar de que en la
destrucción de los hombres que los sedujeron, habían recibido las
indicaciones más convincentes de cuánto desagradaba a Dios el
camino que llevaban, se atrevieron a atribuir sus juicios a Satanás,
declarando que por el poder de este Moisés y Aarón habían hecho
morir hombres buenos y santos.
Este acto selló su perdición. Habían cometido el pecado contra
el Espíritu Santo, pecado que endurece definitivamente el corazón
del hombre contra la influencia de la gracia divina. “Cualquiera
que diga alguna palabra contra el Hijo del hombre, será perdonado;
pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en
este siglo ni en el venidero” (
Mateo 12:32
), dijo nuestro Salvador
cuando las obras de gracia que había realizado en virtud del poder
de Dios fueron atribuidas por los judíos a Belcebú. Por medio del
Espíritu Santo es cómo Dios se comunica con el hombre; y los que
rechazan deliberadamente este instrumento, considerándolo satánico,
han cortado el medio de comunicación entre el alma y el cielo.
Por la manifestación de su Espíritu, Dios trabaja para reprender y
convencer al pecador; y si se rechaza finalmente la obra del Espíritu,
nada queda ya que Dios pueda hacer por el alma. Se empleó el último
recurso de la misericordia divina. El transgresor se aisló totalmente
de Dios; y el pecado no tiene ya cura. No hay ya reserva de poder
mediante la cual Dios pueda obrar para convencer y convertir al
pecador. “Déjalo” (
Oseas 4:17
), es la orden divina. Entonces “ya no
queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación