Página 372 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
creían justos, y consideraban a los que habían reprendido fielmente
su pecado como inspirados por Satanás.
¿No subsisten aún los mismos males que ocasionaron la ruina de
Coré? Abundan el orgullo y la ambición y cuando se abrigan estas
tendencias, abren la puerta a la envidia y la lucha por la supremacía;
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el alma se aparta de Dios, e inconscientemente es arrastrada a las
filas de Satanás. Como Coré y sus compañeros, hoy muchos son,
aun entre quienes profesan ser seguidores de Cristo, los que piensan,
hacen planes y trabajan tan anhelosamente por su propia exaltación,
que para ganar la simpatía y el apoyo del pueblo, están dispuestos
a tergiversar la verdad, a calumniar y hablar mal de los siervos
del Señor, aun a atribuirles los motivos bajos y ambiciosos que
animan su propio corazón. A fuerza de reiterar la mentira, y eso
contra toda evidencia, llegan finalmente a creer que es la verdad.
Mientras procuran destruir la confianza del pueblo en los hombres
designados por Dios, creen estar realmente ocupados en una buena
obra y prestando servicio a Dios.
Los hebreos no querían someterse a la dirección y a las restric-
ciones del Señor. Estas los dejaban inquietos, y no querían recibir
reprensiones. Tal era el secreto de las murmuraciones de ellos contra
Moisés. Si se les hubiera dejado hacer su voluntad, habría habido
menos quejas contra su jefe. A través de toda la historia de la iglesia,
los siervos de Dios han tenido que arrostrar el mismo espíritu.
Al ceder al pecado, los hombres dan a Satanás acceso a sus
mentes, y avanzan de una etapa de la maldad a otra. Al rechazar la
luz, la mente se oscurece y el corazón se endurece de tal manera que
les resulta más fácil dar el siguiente paso en el pecado y rechazar una
luz aun más clara, hasta que por fin sus hábitos de hacer el mal se
hacen permanentes. El pecado pierde para ellos su carácter inicuo. El
que predica fielmente la Palabra de Dios y así condena a los pecados
de ellos, es con demasiada frecuencia el objeto directo de su odio.
Como no quieren soportar el dolor y el sacrificio necesarios para
reformarse, se vuelven contra los siervos del Señor, y denuncian sus
reprensiones como intempestivas y severas. Como Coré, declaran
que el pueblo no tiene culpa; quien lo reprende es causa de toda la
dificultad. Y aplacando su conciencia con este engaño, los celosos y
desconformes se combinan para sembrar la discordia en la iglesia y
debilitar las manos de los que quieren engrandecerla.