Página 381 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La roca herida
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Una vez establecidos en Canaán, los israelitas se acostumbraron
a celebrar con demostraciones de gran regocijo el flujo del agua
de la roca en el desierto. En la época de Cristo esta celebración se
había convertido en una ceremonia muy impresionante. Se realizaba
durante la fiesta de las cabañas, cuando el pueblo de todo el país
se congregaba en Jerusalén. Durante los siete días de la fiesta los
sacerdotes salían cada día acompañados de música y del coro de los
levitas, a sacar en un recipiente de oro agua de la fuente de Siloé.
Iban seguidos por grandes multitudes de adoradores, de los cuales
tantos como podían acercarse al agua bebían de ella, mientras se
elevaban los acordes llenos de júbilo: “Sacaréis con gozo aguas de
las fuentes de la salvación”.
Isaías 12:3
. Luego el agua sacada por
los sacerdotes era conducida al templo en medio de la algazara de
las trompetas y de los cantos solemnes: “Nuestros pies estuvieron
en tus puertas, Jerusalén”.
Salmos 122:2
. El agua se derramaba
sobre el altar del holocausto, mientras que repercutían los cantos de
alabanza y las multitudes se unían en coros triunfales acompañados
por instrumentos de música y trompetas de tono profundo.
El Salvador utilizó este servicio simbólico para dirigir la atención
del pueblo a las bendiciones que él había venido a traerles. “En el
último grande día de la fiesta” se oyó su voz en tono que resonó
por todos los ámbitos del templo, diciendo: “Si alguien tiene sed,
venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de
su interior brotarán ríos de agua viva”. “Y esto -dice Juan- dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él”.
Juan 7:37-39
.
El agua refrescante que brota en tierra seca y estéril, hace florecer
el desierto y fluye para dar vida a los que perecen, es un emblema
de la gracia divina que únicamente Cristo puede conceder, y que,
como agua viva, purifica, refrigera y fortalece el alma. Aquel en
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quien mora Cristo tiene dentro de sí una fuente eterna de gracia y
fortaleza. Jesús alegra la vida y alumbra el sendero de todos aquellos
que lo buscan de todo corazón. Su amor, recibido en el corazón, se
manifestará en buenas obras para la vida eterna. Y no solo bendice
al alma de la cual brota, sino que la corriente viva fluirá en palabras
y acciones justas, para refrescar a los sedientos que la rodean.
Cristo empleó la misma figura en su conversación con la mujer
de Samaria al lado del pozo de Jacob: “Pero el que beba del agua
que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré