Página 386 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
a Dios no lo habían honrado. Moisés y Aarón se habían sentido
agraviados, y no habían tenido en cuenta que las murmuraciones del
pueblo no eran contra ellos, sino contra Dios. Por mirar a sí mismos
y apelar a sus propias pasiones, habían caído inconscientemente en
pecado, y no expusieron al pueblo la gran culpabilidad en que había
incurrido ante Dios.
Amargo y profundamente humillante fue el juicio que se pro-
nunció en seguida. “Jehová dijo a Moisés y a Aarón: “Por cuanto
no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel,
por tanto, no entraréis con esta congregación en la tierra que les he
dado””. Juntamente con el rebelde Israel, habrían de morir antes de
que se cruzara el Jordán. Si Moisés y Aarón se hubieran tenido en
alta estima o si hubieran dado rienda suelta a un espíritu apasionado
frente a la amonestación y reprensión divinas, su culpa habría sido
mucho mayor. Pero no se los podía acusar de haber pecado inten-
cionada y deliberadamente; habían sido vencidos por una tentación
repentina, y su contrición fue inmediata y de todo corazón. El Señor
aceptó su arrepentimiento, aunque, por causa del daño que su pecado
pudiera ocasionar entre el pueblo, no podía remitir el castigo.
Moisés no ocultó su sentencia, sino que le dijo al pueblo que
por no haber atribuido la gloria a Dios, no lo podría introducir en la
tierra prometida. Lo invitó a que notara cuán severo era el castigo
que se le infligía, y luego considerara cómo debía de juzgar Dios sus
murmuraciones y su modo de atribuir a un simple hombre los juicios
que habían merecido todos por sus pecados. Les explicó cómo había
suplicado a Dios que le remitiera la sentencia y ello le había sido
negado. “Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros
-dijo-, por lo cual no me escuchó”.
Deuteronomio 3:26
.
Cada vez que se vieran en dificultad o prueba, los israelitas
habían estado dispuestos a culpar a Moisés por haberlos sacado de
Egipto, como si Dios no hubiese intervenido en el asunto. Durante
toda su peregrinación, cuando se quejaban de las dificultades del
camino y murmuraban contra sus jefes, Moisés les decía: “Vuestra
murmuración se dirige contra Dios. Él, y no yo, es quien os libró”.
Pero con sus palabras precipitadas ante la roca: “¿Haremos salir
aguas?”, admitía virtualmente el cargo que ellos le hacían, y con
ello los habría de confirmar en su incredulidad y justificaría sus
murmuraciones. El Señor quería eliminar para siempre de su mente